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Agentes de Cambio por la equidad de género | Ashoka

En 2020, el impacto de la pandemia Covid-19 en la salud y economía global ha tenido un efecto desproporcionado en las vidas de las mujeres y niñas.  

 

La pandemia ha representado una doble carga para las féminas que componen el 70 % de la fuerza laboral en el sector de la salud global,  y quienes también, dependiendo de las culturas y sus contextos, tienen bajo su responsabilidad continuar trabajos de cuidados no remunerados con sus familias y comunidades, de acuerdo con el informe marzo 2020 del Fondo de Población de las Organización de las Naciones Unidas (ONU).  

 

Desde el inicio de esta pandemia, sin precedentes en la historia moderna de la humanidad, los índices de violencia doméstica contra las mujeres han aumentado a nivel global, exacerbando situaciones de peligro o creando nuevas como resultado de los períodos de cuarentena y confinamiento.   En México, las tasas de denuncias de violencia intrafamiliar han incrementado en un 120 % desde que se declarara la emergencia sanitaria, el 66 % de los casos relacionado a violencia física y el 22 % a violencia psicoemocional.  

 

La violencia doméstica, que se ejerce usualmente por familiares y/o parejas, es una de las múltiples manifestaciones de la violencia de género, una problemática que perjudica a más de un tercio de las mujeres alrededor del mundo, según revelan estadísticas de noviembre de 2019 de ONU Mujeres.   Ante los múltiples llamados de organismos internacionales y colectivos nacionales por atender con premura las agresiones cometidas contra las féminas, es importante reconocer la necesidad de un enfoque en la prevención y no sólo en la intervención de reportes, casos y delitos. Un enfoque en la prevención de esta violencia – y su eventual erradicación- parte de entender qué la origina.  

 

Orígenes

 

La violencia de género es producto del machismo, un término que la Real Academia Española define como “actitud de prepotencia de los varones respecto a las mujeres”.  

 

El machismo es, a su vez, un síntoma del patriarcado, un sistema de orden social que privilegia la masculinidad hegemónica y subordina las expresiones de feminidad, otras masculinidades o identidades de género.  

 

El patriarcado opera bajo dos lentes básicos: la jerarquización y la división binaria. De ahí se desprenden asociaciones que definen a los seres humanos como hombres y mujeres; los hombres y mujeres como fuertes y débiles; los hombres fuertes como masculinos y las mujeres débiles como femeninas; los hombres fuertes y masculinos como pertenecientes a espacios públicos y posiciones de poder y las mujeres débiles y femeninas como pertenecientes a espacios privados y posiciones inferiores, etc.  

 

El patriarcado y el capitalismo son sistemas aliados que perpetúan la desigualdad y la opresión de género, invisibilizando identidades que no caen dentro del binarismo. Mientras que el primero provee la estructura de lenguaje y legitimación, el segundo es considerado un mátrix de discriminación basado en la explotación del capital humano y en particular de las mujeres.  

 

En su obra La acumulación del capital, la filósofa marxista Rosa Luxemburgo analizó que al fomentar la entrada de las féminas como obreras a la fuerza laboral -sin liberarlas de las tareas de cuidados no remuneradas, comúnmente asociadas a su género-, se les terminaba oprimiendo aún más.  

 

Los movimientos feministas han ayudado a visibilizar estas dinámicas de subordinación en múltiples disciplinas del mercado laboral y las desventajas en accesos a la educación, recursos económicos, puestos electivos y ejecutivos y más.  

 

La brecha salarial, el impuesto rosa, el techo y el acantilado de cristal figuran entre los obstáculos que las mujeres enfrentan como empleadas, emprendedoras y empresarias. Los prejuicios y estereotipos de sexo, identidad de género, etnia y clase se suman al abanico de discriminaciones que previenen la igualdad entre hombres y mujeres a nivel global.  

 

Los altibajos en la búsqueda de la igualdad de género

 

 

Tras cuatro conferencias mundiales sobre la situación de la mujer, la Organización de las Naciones Unidas lanzó en 1995 la Declaración y Plataforma de Beijing, una agenda revolucionaria aprobada unánimemente por 189 Estados presentes para conseguir el empoderamiento de las mujeres en el mundo.  

 

Este instrumento, que recibió el beneplácito además de organismos de defensa de derechos humanos y colectivos feministas, buscaba atender 12 áreas principales: la pobreza, la educación y la capacitación, la salud, la violencia contra la mujer, los conflictos armados, la economía, el ejercicio del poder y la adopción de decisiones, los mecanismos institucionales para el adelanto de la mujer, los derechos humanos, los medios de difusión, el medio ambiente, y la niña.  

 

Si bien la Plataforma ha sido reforzada a nivel internacional con los Objetivos de Desarrollo de Milenio y los Objetivos de Desarrollo Sostenible así como con la Agenda Mujeres, Paz y Seguridad del Consejo de Seguridad de la ONU, los compromisos y planes de acciones nacionales de los firmantes han disminuido a través del tiempo.  

 

El enraizamiento de culturas patriarcales, el auge de la globalización, el avance de antiguas y nuevas ideologías, el aumento de conflictos sociales y armados y la escasez de recursos en diferentes regiones en los últimos 25 años han minado los esfuerzos de implementación y la garantía de los derechos de las mujeres.  

 

Otros factores que han influenciado la perpetuación de la violencia de género incluyen: la falta de reconocimiento y respeto de diversas identidades de género; los diferentes grados y niveles de expresión del machismo; la misoginia (rechazo/repudio de todo lo asociado a la feminidad); el racismo; el peso de las religiones; la violencia política; la objetivización de los cuerpos de las mujeres; las campañas contra la educación por la salud sexual y reproductiva; la violencia sexual; y los feminicidios, la más extrema forma de violencia contra la mujer.

 

En la década de 1990, se acuñó en México el término feminicidio dado que, a diferencia del concepto femicidio – una palabra que se utiliza en otras partes del mundo para referirse al asesinato de una mujer-, representa una variación del concepto “genocidio” para nombrar el asesinato sistémico de las mujeres, en particular tras los crímenes en Ciudad de Juárez.  

 

Esta problemática ha alimentado el crecimiento y fortalecimiento de movimientos y colectivos feministas con demandas al Estado para legislar por leyes que garanticen una vida libre de violencia de género a las mujeres. En 2015, las multitudinarias protestas de Ni una menos en Argentina acapararon la atención del mundo y prendieron como pólvora el interés por denunciar y pedir justicia para acabar con los femicidios en la región latinoamericana. Las marchas continuaron visibilizando el clamor de la mitad de la población, en varias naciones, por ser respetadas y reconocidas como ciudadanas en pleno derecho y por conseguir nuevas demandas como la legalización del aborto, acceso a servicios de salud sexual y reproductiva, igualdad salarial, paridad, cuotas de género y derechos de las mujeres trans, entre otras.

 

Los reclamos de esta nueva ola feminista han creado aperturas (y rescatado otras intergeneracionales) para nuevos debates sobre la inclusión de leyes, presupuestos y campañas educativas con perspectiva de género, la deconstrucción del machismo y las masculinidades tóxicas, la reforma del Estado como estructura patriarcal, el cambio de mentalidad de “empoderamiento” a “agencia” y de “igualdad” a “equidad”, la relación entre el machismo y la explotación de la Naturaleza,  la importancia de la interseccionalidad y los estudios decoloniales de género, economía, migración, pobreza y sociedad. Sin duda alguna, la creación y cultivación de redes de agentes de cambio conscientes de este mapa gigantesco de realidades es hoy, más necesario que nunca.  

 

El compromiso de Ashoka

 

Con Ashoka, desde la división Next Now se ha buscado atender los prejuicios de género (mejor conocido en inglés como “gender bias”) porque se considera que en pleno siglo 21 estos temas no deberían impedir nuestro desarrollo ni progreso como Humanidad.  

 

En respuesta a las alarmantes cifras de violencia de género producto de la pandemia COVID-19, en mayo 2020 la organización lanzó el informe She Says para revelar la falta de visibilidad que enfrentan las emprendedoras sociales en participar de foros y oportunidades de alto nivel.  

 

El año 2020 estaba destinado a ser un gran año para la mujer. Se preveía la conmemoración del 25 aniversario de la Plataforma de Beijing, el 20 aniversario de la Agenda Mujeres, Paz y Seguridad, el 10 aniversario de ONU Mujeres, el 5 aniversario del Objetivo de Desarrollo Sostenible #5 Igualdad de Género y el período en que se llevaría a cabo la campaña Generación Igualdad para renovar el compromiso de todos los Estados del mundo en alcanzar la igualdad de género para 2030.   Sin embargo, aunque la emergencia sanitaria que comenzó a principios de enero desvió las prioridades de la agenda internacional, desde Ashoka México, Centroamérica y Caribe queremos crear un espacio de diálogo, acción y transformación sobre Género.  

 

Los emprendimientos sociales tienen como meta solucionar problemáticas sociales y ambientales y actualmente contamos con una comunidad sólida que suman ya más de 3,700 Ashoka Fellows con innovadoras propuestas en los cinco continentes.   El género es un constructo social y transversal, es decir, trastoca cualquier industria y forma de relacionarnos. Es por tal razón que tras el éxito de nuestra primera Cumbre de Agentes de Cambio por el Planeta y Clima el pasado mes de abril, el próximo 7 al 11 de septiembre organizaremos nuestra segunda Cumbre de Agentes de Cambio por Género con el apoyo de grandes aliados.  

 

El encuentro será virtual y contará con conferencias, mesas redondas y labs de trabajo en cinco áreas temáticas de interés: 1) Economía, 2) Violencia, Paz y Seguridad, 3) Interseccionalidad y Diversidad, 4) Salud Sexual y Reproductiva, y 5) Política y Educación.  

 

 

Creemos en que una persona, sin importar su ciudad de origen, color de piel o nivel educativo, puede ser un agente de cambio. Este mes de septiembre, queremos sumar más agentes que amen el impacto social positivo para alcanzar la equidad y ayudar a erradicar la violencia de género.  

 

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Escrito por Natalia Bonilla

 

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