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Canal Nacional: el privilegio de tener un cauce a cielo abierto en la Ciudad de México

Cuando era pequeño e iba de vacaciones con mi familia me emocionaba demasiado apreciar el paisaje de la carretera: los bosques, las montañas, la selva e incluso los poblados por los que pasábamos. Sin embargo, nada se comparaba con el agua. Desde un minúsculo riachuelo a punto de secarse hasta los imponentes puentes que atraviesan los ríos más caudalosos de nuestro país, todos despertaban en mí curiosidad y satisfacción. Para casi cualquier persona esto podría parecer algo completamente insignificante, pero para mí era algo muy especial. La razón es simple, en la Ciudad de México, lugar del que soy oriundo, los pocos cuerpos de agua que quedan se encuentran en la periferia de la urbe o en los inmensos bosques de Chapultepec y San Juan de Aragón, siempre repletos de gente. Para la gran mayoría de los capitalinos no existe un lugar con agua verdaderamente cerca donde puedan ir a distraerse del agitado ritmo de la megalópolis.

 

Eso creía yo hasta hace unos cuatro años, un día que mi padre iba caminando por la colonia Campestre Churubusco y se encontró un pequeño canal con algunos patos. Más tardó en contarme que en lo que fui a verlo con mis propios ojos. A pesar de que no se encontraba en las mejores condiciones, el lugar me encantó, sobre todo porque en sus aguas nadaban estas aves tan atractivas y de vez en cuando me topaba con alguna tortuga asoleándose en las orillas del canal. Busqué de inmediato en internet y encontré que se trataba del Canal Nacional, un cauce artificial construido en época de los mexicas hace más de dos mil años. No tardé mucho en regresar e intentar recorrerlo a pie. Lamentablemente, esta tarea no era tan fácil, puesto a que el sendero se interrumpía en la Avenida Canal de la Viga y había que cruzarla sin puentes ni semáforos y cuidándose de los coches que venían a gran velocidad. Sin embargo, bien valía la pena porque del otro lado continuaba el canal y sus curiosidades. Desafortunadamente llegaba un punto donde el cauce se encontraba muy contaminado, lleno de basura y sin sendero alguno para que se pudiera seguir disfrutando. Lo más lejos que llegué fue cercano al metro San Andrés Tomatlán, cuando el mal olor que desprendía el cauce y el calor de aquel día me hicieron regresar a casa.

 

Tiempo después, el gobierno de la ciudad anunció un rescate integral de los más de doce kilómetros del canal para convertirlo en un parque lineal. De la noche a la mañana se despertó el interés por un cuerpo de agua que hasta entonces sólo era conocido por vecinos y algunos curiosos. A partir de ese momento, la justicia se hizo presente y salieron a la luz nombres de organizaciones y activistas que han luchado muchísimos años por la supervivencia de este recinto histórico, cultural y ambiental. Si bien la intervención de las autoridades ha sido objeto de polémicas e intereses particulares (como tristemente sucede con las obras de carácter público), lo cierto es que el sitio necesitaba urgentemente de una política pública y de una inversión millonaria para su rescate.

 

Cuando el proyecto finalice y los políticos que están hoy en su cargo digan “hemos cumplido” quedará en nosotros los ciudadanos cuidar y proteger este canal tan valioso. De mis visitas al lugar me prometí algún día ayudar a mejorarlo. Hoy me encuentro colaborando con Club de Patos, una asociación que lleva más de quince años procurando el rescate de este cuerpo de agua que en algún tiempo estuvo tan olvidado. Los habitantes de esta gran urbe merecemos y debemos de tener este tipo de lugares, donde podamos contar con un sitio de esparcimiento sano y accesible para todos, especialmente los que habitamos la zona centro del Valle de México. Canal Nacional puede ser nuestra última oportunidad de disfrutar de un cuerpo de agua sin tener que salir de nuestra propia ciudad.

 

Escrito por Fernando Sauri

Ingeniero ambiental en proceso de formación y apasionado por la naturaleza.

Correo: fjsauri@outlook.com

Foto: Fernando Sauri