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Desde Caballito, viajero

Al tiempo de caminar por la vida, me encontré montado en una bicicleta y pedaleando por Caballito, Buenos Aires. Jamás he podio decir que aprendí a andar bien en bici. En mi temprana mocedad incluso tuve conatos de arroyar niños tras perder el control en una bicicleta en Reforma. La última vez que me monté en una fue en la universidad, la usaba para ir a la facultad, a la biblioteca y a la casa de mis abuelos. Mi práctica en bici fue interrumpida el día que la presté y un malandrín se la llevó. Nunca volví a comprar una. Incluso pensé en dar el salto hacia una moto pero sólo quedó en un pensamiento.

 

He escuchado muchas historias sobre lo peligroso que es andar en bici en ciudades atiborradas de autos. Como todos, he visto videos de automovilistas pendencieros y estúpidos que van contra ciclistas. Cierto es que de ambas partes tanto de ciclistas como de automovilistas llega a haber mutua responsabilidad unos por no ser precavidos y creer que la bici los hace intocables en tanto tienen preferencia de paso, otros por ser insensibles al paso no sólo de ciclistas sino hasta de peatones. Tal parece que en las grandes urbes falta algo de tiempo para crear una cultura ya no sólo de mutuo respeto sino de mutuo cuidado para todos aquellos “habitantes” de la jungla de asfalto. Mi conclusión es que en efecto, es riesgoso y puede llegar a dar miedo andar en bici dado lo vulnerable que es un ciclista frente a los automotores. Sin embargo, con el fin de justificar mi actual uso y pedaleo recuerdo una distinción que hace tiempo escuchaba: “El riesgo es real, el miedo opcional”. Pienso en eso y entiendo que en efecto, el riesgo –en amplio sentido- siempre está ahí, es ese lobo cuya respiración sentimos detrás de nuestro cuello cada que apagamos los distractores y ponemos atención a nuestra humana condición, pero es muy diferente del miedo. Podemos aterrarnos y huir en desbandada o podemos voltear a ver atrás al caminar por calles solitarias, o ver el retrovisor con pericia, sostener el manubrio con firmeza cuando un bus pasa al lado, incluso podemos apartar ese guardadito para emergencias no vaya a ser que el lobo decida saltar y si decide saltar, que sepa que lo estamos vigilando, que no hay miedo; porque el miedo es una decisión.

 

Me gusta sentir el aire y cambiar las velocidades rechinantes de la bici. Me gusta andar más lejos y casi tan libremente como cuando camino. Me gusta enfrentar el miedo de los autos y buses pasando rápido a mi lado y aprender nuevos “códigos” quizá “ritmos” que le transmitan a los que me rodean que voy a dar vuelta, que me voy a detener o que llevo velocidad constante todo con el fin de evitar que me arrollen…y de mantener al lobo a raya.

 

Escrito por Erick Aguilar

Aprendiz de ser humano, viajero en capacitación, bibliófilo consumado y sociólogo consumido

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