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Desde el Centro Histórico, viajero

Al tiempo de caminar por la vida, me encontré en el Centro Histórico de la Ciudad de México, pero no el centro histórico de las 13 hrs. del día en donde el ajetreado bullicio coquetea con el folklor y el desorden. Todo lo contrario, me encontré con un Centro Histórico solitario y nocturno; resguardado por los ecos de mis pasos sobre la calle de Correo Mayor. Cualquier día entre semana pasadas las 12 de la noche, el Centro Histórico se convierte –cual Cenicienta inversa- en un atlas tridimensional de historia de México. Basta abrir cualquiera de sus hojas, perdón caminar por cualquiera de sus calles, para leer lo que fueron esperanzas, expectativas, sueños y hasta designios de la otrora Nueva España y actual México.

Al no haber bullicio, los edificios del Centro Histórico empiezan a hablar y a contar la historia de un territorio que lleva más de 500 años siendo capital –del imperio Azteca, de la Nueva España, del actual México- un territorio que en sus inicios perfilaba para ser uno de los más grandes imperios que el mundo hubiera atestiguado. Las piedras dan testimonio del esfuerzo humano que las puso donde están y que planeó y perfiló la traza urbana de la capital de un país del que se esperaba todo menos el subdesarrollo. ¿Qué pasó? ¿Cómo es posible que la ciudad de los palacios, sea insegura para quienes aquí moran? ¿Qué le pasó a ese territorio de casi 2 millones de kilómetros cuadrados tan rico en cultura y recursos y que ahora pocos pueden recorrer bajo riesgo de desaparición y muerte? ¿Cuándo se nos cayó nuestro país?  Respuestas hay muchas, realidad sólo una.

Por más que sea un aficionado del urbanismo y me deleite recorriendo una y otra vez la traza del Centro Histórico es doloroso y vergonzoso presenciar el circo de miseria humana provocado por la negligencia de las autoridades en consonancia con el crimen organizado y ver menores de edad vendiéndose -a todas horas- de camino a la merced. Carcome interiormente la indigencia de personas sin rumbo que podrían ser tú o yo. Y todo a unos cuantos metros de las sedes de los ejecutivos federal y estatal. Las piedras y los edificios parecen conmoverse, no así nuestros “tomadores de decisiones”.

Escrito por Erick Aguilar

 Aprendiz de ser humano, viajero en capacitación, bibliófilo consumado y sociólogo consumido

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Editado para Resilientemagazine.com