Al tiempo de caminar por la vida, me encontré en un campo de fútbol llanero. La calurosa tarde en el municipio de Emiliano Zapata, Morelos, no impidió que dos equipos locales disputaran un partido. El ambiente es comunitario, la tiendita improvisada que vende refresco, cerveza y tortas calientes no es otra cosa más que la parte trasera de la casa a la entrada del campo de fútbol. Los autos y motos se estacionan en un descampado irregular, algunos asistentes llevan a su perro para que corra en el amplio campo y todo parece improvisado excepto el bien cuidado pasto del campo, que asemeja un esponjoso terciopelo verde. Las coloridas playeras de los jugadores contrastan con el negro deslavado del árbitro –a quien cariñosamente le gritan Zorra, su apodo- cada quien busca el lugar más fresco donde apostarse, la única regla es no cruzar la línea blanca que marca el límite del campo de juego.
La gente y el tiempo tienen ritmos distintos pero pausado. Los únicos apresurados son los jugadores que corren tras el balón. En contraste, las señoras están sentadas bajo un árbol. Algunas familias comen mientras la voz de fondo de un viejo no se cansa de gritarle a los jugadores qué hacer y cómo hacerlo. Me toma poco tiempo darme cuenta que el viejo no es director técnico sino simplemente un asistente más. Los jugadores de ambos equipos son vecinos, amigos e incluso familiares que amén de estar en disputa deportiva no buscan hacerse daño sino sólo jugar. A veces tras una falta y una aparatosa/exagerada caída, el “Zorra” -algunas señoras le gritan “zorrita” para que no suene tan feo- detiene el partido y a la carrera llega algún jugador con lo que parece una lata de pintura en aerosol que rocía en el jugador caído. Es un hecho que el rocío del contenido de la lata cae en los tacos, las medias y las espinilleras del lesionado. No hay que ser muy observador para notar que muy poco o casi nada del rocío de la lata llegó a tocar directamente el cuerpo del caído, afortunadamente el lesionado no cae en tales pensamientos y tras la aplicación del sprayse levanta en una especie de milagro para segundos después estar corriendo como si nada. Acción simbólica le llaman los estudiosos.
En este partido local veo lo que nunca debió haber dejado de ser el fútbol, un espectáculo familiar. Compró 4 latitas –es la medida- de botana y entre comer chapulines asados y habas enchiladas; gritarle “Neymar” a cada jugador que exagera en su caída al césped; reírme de las ocurrencias de la señora de al lado y reiterarle mis saludos obligados al Zoooo-rraaaaa; la tarde se escurre como aquel balón en las manos de ese portero que no ha podido atajar los últimos 6 goles. ¡Qué buen partido!
Escrito por Erick Aguilar
Aprendiz de ser humano, viajero en capacitación, bibliófilo consumado y sociólogo consumido