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Desde el Pico del Águila, viajero

Al tiempo de caminar por la vida, me encontré caminando hacia el pico del Águila, cima tremenda que corona el Ajusco al sur de la Ciudad de México. El pico del Águila esta a casi 4 mil metros sobre el nivel del mar, casi el doble de la altura a la que se encuentra la Ciudad de México. La caminata para ascender a dicho punto inicia al pie de la carretera, de ahí uno se interna en la brecha que poco a poco se vuelve más pesada –rocas sueltas, pendientes prolongadas por las que subir, etc.- llega un punto en que sólo quien ha subido varias veces es capaz de discernir el camino –puesto que el mismo se desdibuja. El esfuerzo de superar los pastizales crecidos –ya cercanos a la cima-, de salvar hábilmente las enormes rocas cercanas a la punta, de no ceder ante el vértigo de los bellos pero peligrosos desfiladeros hace que el arribo a la cima tenga un sabor a éxito, a logro consumado tras más de dos horas de subida continua.

Siempre he sido partidario de la autosuperación, no bajo la forma de cocinar caldo de pollo para mi alma o de averiguar quién se robó mi queso –sin problema lo regalo- y mucho menos me interesa ponerme a pensar si mi padre es rico o pobre. La autosuperación a la que me refiero es más personal y tiene como principal inspiración el areté griego –cultivo de la excelencia en sentido amplio-, al imperativo categórico kantiano –que groseramente se puede resumir en: trata a los demás como quieras que te traten- y algunas dosis de humor sarcástico. En algún punto la autosuperación nos implica llegar al límite, a veces físico, a veces emocional o personal. Subir una montaña sinuosa; salir de la zona de confort; superar un trauma; emprender un nuevo proyecto y dejar de lado el salario godín, digo, quincenal; materializar una idea; terminar una tesis; correr un maratón; entre otras son actividades que generalmente preferimos postergar y que muy pocos se atreven a emprender con plena conciencia de los riesgos y disciplina inherentes.

Y sin embargo son actividades tan necesarias para hacernos sentir vivos y espantar ese cáncer llamado vida monótona que poco a poco mata al poeta, al músico, al artista que hay dentro de cada uno de nosotros, justo como menciona Saint-Exupery al escribir: “Te has enroscado en tu seguridad burguesa, en tus rutinas, en los ritos sofocantes de tu vida […] Y nada, en adelante, será capaz de despertar al músico dormido, al poeta o al astrónomo que quizás habitaban en ti en un principio.” Más nos valdría abrir nuestras alas y volar desde el pico del Águila.

Escrito por Erick Aguilar

Aprendiz de ser humano, viajero en capacitación, bibliófilo consumado y sociólogo consumido

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