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Desde  el Teatro del Pueblo, viajero

Al tiempo de caminar por la vida, me encontré sobre las tablas del Teatro del Pueblo. Ubicado en la calle de República de Venezuela en el Centro Histórico, es un edificio que me parece más una estación de tren que teatro al rebelarse entre arcos de medio punto y murales de corte posrevolucionario. El tema central de dichos murales es la lucha entre obreros y burgueses de mediados del siglo pasado.

 

El Teatro del Pueblo fue inaugurado en 1934 en el periodo de Abelardo L. Rodríguez como presidente y con Aarón Sáenz como Jefe del Departamento del Distrito Federal. No hay que omitir que en esa época es cuando empezaba el socialismo a la mexicana que posteriormente sería consolidado en el sexenio del Gral.  Lázaro Cárdenas del Rio (1934-1940). La idea que subyace en la construcción del edificio es simple: Un conjunto en donde hubiera un mercado público –el actual mercado “Abelardo L. Rodríguez”- con aulas y murales para que los hijos del pueblo tuvieran acceso a la educación y a la cultura.

 

Al interior del edificio, en el segundo nivel está el teatro. La duela restaurada en perfecta combinación con las butacas de época me lleva a un México de la primera mitad del siglo XX en el que entre gritos y barullo algún maestro de ceremonias se las ingeniaba para calmar a la muchedumbre y presentar el espectáculo en turno.

 

Me siento en la tercera fila y alzo la vista para encontrarme con un escenario enmarcado con motivos folklóricos de plantas y animales. Como último y más cercano marco del escenario hay una especie de grecas con relieve formada por espejos acomodados en polígonos. En el centro se erige un letrero en letras cursivas que dice “Teatro Cívico Álvaro Obregón”. Seguro una concesión institucional ante un contexto obrero- popular del siglo pasado. Pienso que el ideal de llevar cultura al pueblo es eminentemente moderno en tanto que por pueblo se entienda a las masas oprimidas y desposeídas por unos cuantos facinerosos disfrazados de levita.

 

Y mientras sigo sentado en mi butaca, sigo sin poder separar la belleza del edificio de su ya mencionada vocación original. La noble cruzada emprendida por titanes como José Vasconcelos, Moisés Saénz, Lombardo Toledano y Jaime Torres Bodet, por mencionar sólo unos cuantos nombres, me permite darle una densidad coherente a este bello edificio amén de las contradicciones ideológicas entre los seres humanos que buscaron educar y cultivar a Juan Pueblo.

 

Escrito por Erick Aguilar

Aprendiz de ser humano, viajero en capacitación, bibliófilo consumado y sociólogo consumido

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