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Desde el Tiempo libre, viajero

Al tiempo de caminar por la vida, me encontré rememorando las curiosas formas en que mi biblioteca se ha nutrido. Es singular cómo varias veces he tenido la buena fortuna de pasar por bibliotecas que por alguna cuestión se encuentran desembarazándose de su acervo. Lo anterior ha significado el aumento de mi acervo ante inesperados títulos que me han regalado. En particular, hace un año, en una biblioteca de una casa de cultura en la zona de Iztapalapa el responsable de la biblioteca vio mi interés en los libros que asomaban de unas cajas arrumbadas debajo de una escalera. Mientras de lejos intentaba ver los títulos de los libros la presencia del encargado del sitio me sorprendió. Para hacer plática mencioné la sorpresa de ver Las Memorias de Cosío Villegas entre tantos libros desordenados. Acto seguido el hombre me dijo “Sí te gusta llévatelo”. Me quedé frio. Recordé que mis profesores de la universidad me enseñaron a ver en los libros de una biblioteca artículos cuasisagrados que no se rayan, no se maltratan y mucho menos se toman en préstamo permanente. Las reglas aplican para cualquier biblioteca pública, incluidas las de casas de cultura.

 

Quizá mi perplejidad fue más que evidente puesto que el hombre agregó a su primera frase “Sí, está bien, llévatelo. Ve cómo tenemos arrumbados los libros a falta de espacio”. Para entonces yo ya tenía en la mano las Memorias, así como tenía identificado espacialmente –en ese desorden de cartón- otro título que también mi interesó, “Franz Boas y el relativismo cultural” un cuadernillo muy delgado impreso en 1980. Una vez más mi gestó fue más rápido que mis palabras y el encargado de la biblioteca dijo “Y si vez algún otro que te interese también llévatelo”. De haber llevado auto seguramente hubiera salido con no menos de una caja de libros –ya me ha sucedido- pero esta vez por pena y por falta de medios para cargar sólo me llevé los dos textos que tenía en las manos.

 

Derivado del actual tiempo libre hace unos días me adentré con más profundidad en el segundo texto. Leí nombres y apellidos que desde mi época de universitario no escuchaba. Entre Boas, Lewis y Benedict terminé por clavarme en la computadora para darle un seguimiento cronológico a los autores mencionados en el estudio introductorio. Las cosas llegaron al punto de toparme con el texto clásico de 1961 del antropólogo estadounidense Oscar Lewis “Los hijos de Sánchez”. Y lo impensable, me encontré con la película del mismo nombre –cuya existencia desconocía en su totalidad. Únicamente diré que fue filmada en 1978 por Hall Bartlett, con las actuaciones del gran Anthony Quinn (protagonista), Katy Jurado, Dolores del Río, López Tarso y una joven Lucía Méndez. Tanto el libro como la película guardan sus particularidades, incluso controversias…pero esa es otra historia. Por lo mientras baste agradecer que, a su manera, libros arrumbados en cajas de cartón lograron llegar a mis manos para volver a vivir con cada pase de página.

 

Escrito por Erick Aguilar

 

Aprendiz de ser humano, viajero en capacitación, bibliófilo consumado y sociólogo consumido

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