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Desde fuera del Barril, viajero

Al tiempo de caminar por la vida, me encontré con un tema espinoso. Hace algunos días salió a la luz que a nivel mundial se ha dejado de transmitir la serie de programas autoría del humorista conocido como Chespirito. El programa más emblemático es el que lleva el título del Chavo del 8. En Latinoamérica es difícil encontrar a alguien que no sepa quién y de que trata el Chavo del 8. Hay quien lo califica de humor familiar, humor blanco, el mejor programa infantil jamás grabado, etc. Aún recuerdo que los primeros amigos sudamericanos que conocí inmediatamente después de saber que yo era mexicano mencionaban al Chavo del 8 con emoción, en espera de que yo también compartiera su gusto por el programa.

 

Alguien alguna vez me dijo que el problema de los mexicanos es que no apoyan a sus compatriotas exitosos y que por eso es que varios mexicanos no aman al Chavo como en otros países. Quizás. Por lo pronto puedo decir que amén de que mi abuelo salvó mi infancia al no hacerme asiduo televidente del programa y de que personalmente nunca he podido aguantar un programa completo de las varias veces que lo he intentado no veo motivo de tristeza por la actual cancelación del programa. Me explico: si bien a lo largo de la segunda mitad del siglo pasado los programas cómicos que apelaran a la idiosincrasia y que de alguna forma sirvieran para crear aspiraciones populares terminaron siendo iconos de la cultura pop, lo que encuentro en el Chavo es todo menos motivos para echarlo en falta.

 

Siempre me ha causado extrañeza que mientras en Estados Unidos I love Lucy (Yo amo a Lucy) era una serie que tenía como tema central la búsqueda de una mejora social, a través de convertirse en estrella del espectáculo, en su contraparte mexicana el Chavo no salía del barril. Mientras que ideológicamente I love Lucy buscaba modernizar a las familias a partir de socializar el uso de electrodomésticos modernos como lavaplatos, lavadoras, planchas eléctricas, etc. el Chavo y su comitiva cantaban Que bonita vecindad. En efecto el consumismo y la idea individual de éxito fueron los componentes esenciales de I love Lucy, en el Chavo no encuentro más que una apología descarada a la pobreza, a no pagar la renta y ser baquetón, a insultar y tachar de muertos de hambre aquellos que viven exactamente en las mismas condiciones que uno en la misma fea vecindad.

 

No mencionaré la relación familiar de Chespirito con políticos como Díaz Ordaz, tampoco mencionaré que el elenco fue contratado para hacer giras y presentaciones privadas para capos latinoamericanos, mucho menos haré patente el negocio que la serie representó a partir de inculcar ideas sosas y pedestres a millones de niños que hoy son la población adulta de este tercer mundo llamado latinoamérica.

 

En fin, recuerdo que en sus Lecciones de Estética Hegel hablaba de la función moralizadora del arte al decir que este debe dotar de fuerza al alma para combatir y vencer las pasiones no encuentro de que fuerza nos dota la obra de Chespirito. Muy seguramente soy injusto al elevar dicha serie a la categoría de arte, quizá solo fue entretenimiento, algo hecho para acaparar –y perder- el tiempo de las personas. Si ese fue el caso, me pregunto si sería preferible ver los videos de moda de gente pegándole a un ladrón dentro de una combi en vez del Chavo del 8. Hay más enseñanza moral en 6 minutos de golpiza grabada que en décadas de grabación y producción del Chavo del 8. ¿Y ahora quién podrá salvarnos?

 

Escrito por Erick Aguilar

Aprendiz de ser humano, viajero en capacitación, bibliófilo consumado y sociólogo consumido

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