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Desde la Adolescencia, viajero

Al tiempo de caminar por la vida, me encontré leyendo sobre una de las etapas más fascinante en el ciclo de la vida humana: la adolescencia. La adolescencia es una etapa de la vida que tiene la característica de ser una etapa de transición. Alejandro Dumas definió perfectamente la crisis subyacente a una etapa de cambio, de transición: “Crisis es cuando lo nuevo no acaba de nacer; y lo viejo no acaba de morir”. En el caso de los adolescentes pienso que su transición reside específicamente en que son demasiado adultos para ser considerados niños, y a la vez son demasiado niños para ser considerados adultos.

 

Como aquello que es contingente, inesperado e incluso inexplicable, la adolescencia tiene un estigma que va desde la marginación hasta la criminalización. Recuerdo varias pláticas de mis amigos de la preparatoria que tenían que ver con arbitrariedades de policías que veían en nuestra mocedad el pretexto perfecto para abusar de su poder y extorsionarnos. Actualmente hay muchos autores* que coinciden en que la adolescencia es un periodo que socialmente es estigmatizado como uno de riesgo, de peligro, incluso de déficits en el amplio sentido de la palabra. Dichos autores buscan difundir una nueva aproximación hacia la adolescencia en donde la plasticidad cerebral, la capacidad de adaptación y la construcción de las llamadas cinco C’es -competencia, confianza, conexión, carácter y cuidado- sean los rasgos distintivos.

 

Hoy por hoy convivo con adolescentes cuya locuacidad me recuerda al muchacho parlanchín que fui hace unos años. Sus risas contagian a cualquiera por más apático que sea y sus silenciosos llantos enternecen hasta al más duro corazón. Son jóvenes que descubren deportes como el waterpolo y el básquetbol mientras se preocupan por su próxima fiesta de quince años o por tener el peinado de moda. Muchachos que son la versión actual de quienes en la década de los noventa andaban en moto, usaban jeans rotos, escuchaban  Aerosmith y veíamos Southpark. Hoy no me importa que escuchen reguetón -mentira-, ni que su primer tatuaje llegue antes de la mayoría de edad –so be it-, incluso soy laxo en aceptar sus whatsapps con inquietantes faltas de ortografía, pero lo que no les acepto es que guarden silencio ante un mundo que debe cambiar en muchos aspectos y que necesita nuevas, frescas e impolutas ideas. En pocas palabras lo que no puedo dejar de exigirles es que sean revolucionarios, como decía Salvador Allende, “Ser joven y no ser revolucionario es una contradicción hasta biológica.”

 

*Les recomiendo:

 

Dobbs, David (2011) Cerebros adolescentes: la neurociencia de la rebeldía. En National Geographic (octubre 2011) pp: 50-73.

Marina, José Antonio, et. al. (2015) «El nuevo paradigma de la adolescencia».

Oliva, Alfredo, et al. (2015) Más allá del déficit: construyendo un modelo de desarrollo positivo del adolescente. En Infancia y Aprendizaje 33 (2).

 

 

Escrito por Erick Aguilar

 

Aprendiz de ser humano, viajero en capacitación, bibliófilo consumado y sociólogo consumido

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