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Desde la Comedia Humana, viajero

Al tiempo de caminar por la vida, me encontré rehaciendo una nueva rutina. Como buen animal de hábitos y costumbres me es muy importante tener una mínima idea de qué hacer a lo largo de la semana. Los lugares que me eran familiares aún siguen cerrados o bien la prudencia me impele a no salir más allá de lo estrictamente necesario. El mayor ejemplo de este cambio en mi rutina es la nula asistencia al Centro Histórico de la Ciudad de México. Aún sigo sin entender claramente el orden de acceso, que según es por la letra con que inicia el apellido paterno y en determinados días.

 

Sea por la nueva normalidad, sea por el periodo de asueto laboral e incluso por el cierre de lugares que tenía en buena estima –el Sanborns de la Bombilla es un claro y triste ejemplo– el actual momento me impele a crear una nueva rutina. En un primer momento la actividad física es la catarsis por excelencia; así que hay que buscar un sitio donde poder correr a determinadas horas en que no exista tanto aforo de personas. Luego, la actividad intelectual precisa de seguir conociendo clásicos tras haber disfrutado los textos de Zweig. En ésta ocasión me he topado con Papa Goriot. Los entendidos en la materia dicen que es el primer escalón para subir esa larga escalera del universo creado por Balzac y denominado Comedia Humana. Dentro de la rutina, obligadamente se encuentra el aseo, el tiempo para preparar la comida, el salir por víveres, ir al banco, videoconferencias y hacer un rico asado de vez en cuando. Pero más allá de ver pelis, de salir a practicar al volante con la puberta de confianza o de simplemente dedicar una tarde al valioso ocio, quizá lo más importante de una rutina -por lo menos de mi rutina- es escuchar. Escuchar no sólo lo que se dice en las calles sobre la actual situación, sino también escuchar lo que sienten quienes están a mi lado. Escuchar y escucharme es la mejor forma que he encontrado de no formar parte de esas estadísticas que poco a poco se empiezan a hacer del dominio público: “…una tercera parte de los confinados padece depresión severa y ocho de cada 100 presenta síntomas crecientes de ansiedad.”[1]

 

La salud mental es un compromiso que se asume diariamente y si bien todos tenemos un poco de locos –así como de músicos y poetas- en este momento es cuando más debemos procurarnos lo medios para salvaguardar no sólo nuestra salud física sino mental. Empecemos con escuchar-nos respetuosa y responsablemente y poco a poco retomemos esa máxima de los griegos inmortales: Mente sana en cuerpo sano. El principio aplica aún en estos tiempos de loca Comedia Humana.

 

Escrito por Erick Aguilar

Aprendiz de ser humano, viajero en capacitación, bibliófilo consumado y sociólogo consumido

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[1] https://www.eluniversal.com.mx/opinion/ricardo-rocha/estuufaas-lavadooraas-refrigeradoorees