
Al tiempo de caminar por la vida, me encontré al igual que millones de personas en todo el mundo en cuarentena. Es increíble la oferta de actividades a distancia que de un tiempo a la fecha se ha gestado. Webinars, seminarios virtuales, mesas virtuales, videoconferencias e incluso alguna que otra clase online ofrecen gratuitamente un asiento remoto para quien este interesado en ocuparlo. No hablo de las clases online a las que tristemente se ha reducido la educación formal en los últimos meses, hablo de foros con especialistas, de expertos que comparten no sólo conocimiento sino parte de sus vivencias; hablo de diálogos que trascienden fronteras, husos horarios y fronteras disciplinarias. La cámara de una laptop se vuelve el reflector que nos distingue entre mil y un imágenes de la multimedia.
Siempre he sostenido que derivado del uso que el ser humano le dé al internet es que este puede ser la mejor bendición o la peor maldición para nuestra especie. Me ha tocado estar del lado que aprovecha la tecnología para repetir ese viejo –e infalible- principio de producción del conocimiento: la dialéctica. Ante una tesis y su antítesis veo cómo las videoconferencias dan pie para que todos los implicados –ponentes y público- forjen sus propias síntesis y de nuevo ponerlas en la arena de las ideas y confrontarlas con nuevas antítesis y reiniciar ese bello ciclo epistemológico.
No sé si estamos asistiendo a la muerte del claustro académico como lo conocemos en donde el magister y pupilo precisaban existencia y corporalidad –ojalá no sea así- no sé si en el infinito mar de bits y códigos fuente el conocimiento y la ciencia sean desplazados por la pandemia de desinformación, mentiras y banalidad que lleva expandiéndose años en el ciberespacio y que encuentra su mayores exponentes en ese hato de influencers incapaces de poder expresar una idea o palabra mayor de tres sílabas. En pocas palabras no sé si estamos asistiendo a la consolidación de la idiotización global de las sociedades vía remota o si la semilla de un nuevo renacimiento se ha plantado en algún lugar del ciberespacio. Por mi parte me gusta creer que invitar a mis alumnos a este tipo de eventos contribuye a dotar de sol y agua a esa bella y frágil semilla.
Escrito por Erick Aguilar
Aprendiz de ser humano, viajero en capacitación, bibliófilo consumado y sociólogo consumido