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Desde la Cuarentena 4ª parte, viajero

Al tiempo de caminar por la vida, me encontré al igual que millones de personas en todo el mundo en cuarentena. Desde la ventana de un sexto piso de un edificio cualquiera de la Ciudad de México, puedo observar cómo día a día la ciudad se recluye cada vez un poco más. La fondita especializada en chilaquiles de la contraesquina, pasó de tener mesas y comensales sobre la banqueta a tener sólo la cortina abierta y una fila de bicis listas para hacer entregas a domicilio.

 

En la azotea del edificio de enfrente apenas se empezó a construir lo que inicialmente –pensé- sería un espectacular y que ahora –afortunadamente- veo que es una estructura con un techo de dos aguas sobre diez columnas de tubo de acero. Los cinco trabajadores de la construcción que llevan dos semanas en la obra son el claro ejemplo de aquellos que no pueden parar pese a la contingencia. Reitero que la obra se lleva a cabo en la azotea de un quinto piso; mientras ellos suben pesadas vigas de acero ayudados de cuerdas, mientras bajan un gran tanque de gas que al parecer no vaciaron previamente, mientras sueldan trabes y columnas yo permanezco sentado y sólo necesito levantar mi vista del monitor de mi laptop para ver su avance, para ver sus esfuerzos.

 

Me queda claro que calificar las actividades a distancia de seis grupos de estudiantes universitarios, adaptar temarios y actividades a entornos virtuales en vez de presenciales, encontrar la opción ideal de plataforma digital para hacer videoconferencias, entre otras labores más del llamado home office es un proceso que toma tiempo. Yo tampoco puedo parar pese a la contingencia, ni aunque sea Semana Santa. Lo que sí puedo es tomar un poco de tiempo para cocinar gustosamente mis alimentos –y probar nuevas recetas-, lo que sí puedo es dedicarle tiempo a la lista –siempre saturada- de lecturas pendientes, lo que sí puedo es adaptar dos mamotretos de mi librero como mancuernas para hacer hombro cada que me ejercito en este pequeño departamento, lo que sí puedo es pasar las noches con quienes amo viendo películas malas y comiendo excelentes palomitas…o al revés.

 

Así, entre las comedias de Molière, los fabulosos relatos de Zweig, las magistrales películas de Hitchcock y los infaltables capítulos de los Simpsons busco equilibrar una jornada laboral con otra no menos importante, la dedicada a mantener la cordura y el buen ánimo pese a las vicisitudes actuales.

 

Escrito por Erick Aguilar

Aprendiz de ser humano, viajero en capacitación, bibliófilo consumado y sociólogo consumido

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