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Desde la Ermita de Santa Caterina, viajero

Al tiempo de caminar por la vida, me encontré con unas postales maltratadas de la Ermita de Santa Caterina del Sasso, Italia. Hace algunos años conocí el lago Maggiore, en la provincia de Varese al norte de Italia. Como su nombre lo dice el lago es muy grande al grado de que en algunos de sus tramos hace frontera con Suiza. Dentro de las varias peculiaridades de la zona existe desde un hotel donde los líderes de las democracias occidentales firmaron pactos para combatir al nazismo en la segunda guerra mundial hasta una ermita enclavada en la roca.

 

La historia de la Ermita de Santa Caterina del Sasso se resume en que en algún momento del siglo XI un rico comerciante cuya nave sufrió las inclemencias de una tormenta y naufragó en el Lago Maggiore prometió a Dios que si sobrevivía se retiraría a la vida de ermitaño renunciando a todas sus posesiones materiales. Tras ser el único sobreviviente del naufragio el comerciante, llamado Alberto Besozzi, cumplió su promesa. En cierto tramo de la costa del Lago Maggiore edificó una pequeña capilla dedicada a Santa Caterina de Egipto –santa muy popular de la época. El recinto poco a poco se fue expandiendo hasta labrar sobre la misma roca varias iglesias a lo largo de los casi 900 años que lleva de existencia el lugar.

 

Subir por la escalinata de piedra, admirar frescos en las paredes que van desde el siglo XII hasta el siglo XVI, voltear a la izquierda e inmediatamente observar un enorme lago de engañosa paz permite observar una distinción particular. Ver el lago a mi lado izquierdo me remite a pensar en la fuerza latente de una Tierra, de una naturaleza que no por momentáneamente tranquila es inofensiva. Por otra parte, voltear a la derecha y ver la obra humana de un monasterio labrado en piedra y decorado con varios motivos hagiográficos me remite a pensar en la espiritualidad que subyace en la naturaleza humana, espiritualidad que ante una naturaleza feroz, implacable e impredecible se vuelve el último bastión de defensa en que el humano puede refugiarse. Es decir, ante fuerzas naturales superiores, ante calamidades sin parangón, ante desgarradoras vicisitudes que superan nuestra humana condición no queda más que oponer lo más selecto de la naturaleza humana, lo más íntimo y valioso que nuestra alma alberga: nuestra espiritualidad, nuestra Fe.