Al tiempo de caminar por la vida, me encontré sentado, con una especie de orgulloso remordimiento provocado por rememorar vivencias de secundaria. Un buen amigo y yo nos pusimos a recordar las formas que tuvimos para hacerles la vida imposible a nuestros –ahora queridos- maestros de secundaria. Cada uno, en su respectiva escuela encontró la manera de expresar su desacuerdo con la autoridad encarnada en bien intencionados e incautos docentes de nivel secundaria. Sinceramente no creo que los agravios hayan sido exclusivamente para con nuestros maestros, también los tuvimos entre nuestros pares, compañeros e incluso rivales.
El papel del gandaya –o gandayas- del salón fue siempre una incógnita para mí. Nunca entendí qué ganaban con ser violentos, groseros y hasta despreciables aquellos que compartían la misma pubertad que yo, la misma inmadurez e incluso los mismos juegos. Nunca supe si era la falta de atención de sus padres, el daño psicológico que según nos causaban los nuevos y violentos videojuegos o simplemente el gen del gandaya que pulula en muchos seres humanos, el caso es que a lo largo de la secundaria nunca faltaron quienes se reafirmaban a partir de humillar a los demás especialmente si eran más débiles. Como se pude deducir la mayoría de las veces estuve del lado de los golpeados y pocas del lado de los gandayas; era una especie de orden jerárquico el saber con quién podías ser gandaya y con quién más valía cuidarse la espalda. Quizá en ese entonces sólo jugábamos a imitar esa triste farsa en donde hay unos cuantos impunes que se distinguen por su vileza frente a una mayoría de ciudadanos comunes; unos cuantos lobos entre un gran rebaño de ovejas.
La secundaria fue todo un proceso, no de aprendizaje académico –para eso estuvo la primaria y luego vendría la preparatoria- sino de aprendizaje humano, saberse dar a respetar y respetar a quien pese a todo esta dispuesto a aceptar ser agredido. Pasar de ser una animal que habla a ser un humano decente o por lo menos mínimamente gandaya. No voy a regodearme escribiendo que aquellos patanes de secundaria hoy viven con menos del salario mínimo, de hecho creo que algunos son empresarios y que partir de sus títulos y grados de escuelas caras cambiaron lo gandaya por lo mirreyesco. Simplemente puedo decir que hoy, a más de 17 años de distancia entiendo lo que quería decir Séneca cuando escribió “…es mejor padecer la injusticia que provocarla”… en efecto, uno puede ver al pasado y avergonzarse tan sólo un poquito por sacarle la miel al profe.
Escrito por Erick Aguilar
Aprendiz de ser humano, viajero en capacitación, bibliófilo consumado y sociólogo consumido