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Desde la Reapertura, viajero

Al tiempo de caminar por la vida, me encontré atestiguando la llamada reapertura. En la zona de la Merced, uno de los sitios comerciales más vibrantes y bulliciosos del país, el pasado lunes tuvo lugar la llamada Reapertura. Con el motivo de reaprovisionarme de amaranto a granel, caminé varias cuadras, de norte a sur, sobre la calle de Circunvalación hacía la calle de San Pablo. Un olor a agua anegada y putrefacción capturó mi atención, eran los comerciantes que desaguaban una coladera aledaña a los puestos semifijos que están sobre la banqueta. Conforme fui avanzando, las escobas y las cubetas se multiplicaban en las manos de quienes, asumo, son los comerciantes locales que buscan recuperar la actividad de dos meses de encierro.

 

Sigo caminando y con mis estorbosas compras en mano y debo detener mi paso a la altura de la Plaza de la Soledad puesto que una pipa de agua riega con su poderosa manguera banquetas, toldos de puestos de lámina, cortinas y paredes de locales para que inmediatamente después una decena de personas se acerquen con escoba y jabón a restregar toda superficie a su alcance. Del agua y el jabón surge una espuma purificadora que parece ser suficiente para quienes ahí limpian. Nadie repara en cubrebocas o en sana distancia, lo importante es tallar con la escoba la herrería de las jardineras, las coladeras, el pavimento. Agua y jabón se vuelven una especie de elixir milagroso que hay que barrer y esparcir para después conducirlo a la coladera más cercana, y cuando no hay una cerca, la lámina corroída de la tapa de una bufa de la Comisión Federal de Electricidad suple perfectamente la función de la ya mencionada coladera. Nadie repara en lo peligroso de echar agua a una instalación subterránea con cables de alta tensión, de la misma forma que nadie quiere recordar el riesgo de un virus que diariamente cobra miles de vidas pese al agua y al jabón, pese a las mañaneras de López y pese a la sonrisa de galán que cada día exhibe el otro López.

 

En la esquina de San Pablo doblo hacía Pino Suarez. En la esquina San Pablo y Topacio me es muy significativo ver una Santa Muerte que mira hacia los puestos, hacia la gente. Parece una especie de gendarme que supervisa el buen ritmo de todos aquellos que después de varias semanas intentan recuperar el trajín cotidiano que asegure su economía y su sustento. Quizás su lúgubre presencia le da más seguridad a las personas que el uso del cubrebocas. No lo sé.

 

Veo cómo las meretrices regresan a sus rincones a ofertar la especialidad de la casa: besos salados. Salados no porque la salmuera se haya concentrado en todas estas semanas, sino porque nunca han sido de otro sabor. En fin, la Nueva Normalidad, la Reapertura, la limpieza postpandemia, o cualquier otro eufemismo que se quiera usar no alcanza a describir lo que se ve y se siente al caminar entre aquellos que desean y necesitan regresar a su normalidad. Regresar a aquello que siempre han conocido y que nunca pensaron dejar, ni siquiera por un virus invisible -que se dice- nunca existió…amén de la evidencia científica.

 

Escrito por Erick Aguilar

Aprendiz de ser humano, viajero en capacitación, bibliófilo consumado y sociólogo consumido

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