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Desde la recta final, viajero

Al tiempo de caminar por la vida, me encontré saltando de compromiso en compromiso derivado de las reuniones, brindis, comidas y hasta asados de fin de año. Como cada diciembre todo inicia con el brindis del INAP. Los pocos amigos que aún nos damos cita en dicho brindis son el mejor aliciente para llegar puntualmente. Tras plática y risas –con canapés y copita incluidos- del brindis se desprende la organización de una comida/cena donde amigos del posgrado nos veamos para darnos el abrazo de fin de año.

 

Por otra parte, a media semana y derivado de una promesa realizada a una colega me encuentro haciendo un asado en algún sitio de la emblemática –y brava- colonia Morelos, al oriente de la Ciudad de México. En un ambiente festivo, los alegres alumnos de mi muy admirada colega bailan “Un payaso de Rodeo” y algunas cumbias a media calle mientras desde la banqueta yo termino de darle las últimas vueltas a la picanha que lleva más de dos horas sobre el fuego de mi (micro)asador portátil. Al corte de carne le acompañan unos buenos choris –argentino y español- y un cerdo al trapo. El asado termina temprano y menos de 24 horas después me encuentro para almorzar con una persona que aunque lejana durante varios años siempre me ha sido entrañable. Tras la clásica machaca y después de ponernos al día con nuestros temas nos tomamos un tiempo para recordar y honrar a nuestros queridos muertos. Al parecer los girasoles son un gusto mutuo para adornar la tumba de nuestros abuelos. Nos despedimos justo en el momento de ir a mi siguiente compromiso.

 

La imprevista cancelación de la cena previamente acordada me da pie para ir a comprar los últimos detalles del asado –sí, otro asado- que desde hace un par de meses les prometí a mis científicos sociales en potencia del primer semestre de Ciencias de la Comunicación del “Rosario Castellanos”. Entre tantos íres y veníres tengo la impresión de estar repitiendo ese cíclico proceso de fin de año que desde hace una década he observado en los habitantes de la Ciudad de México. Todo empieza con el Día de la Virgen de Guadalupe, a partir de ese momento los ritmos de la urbe cambian, se aceleran y se tensan para finalmente distenderse y casi detenerse en la noche del 31 de diciembre. Con la llegada del nuevo año el gigante dormido de la Ciudad de México empieza a despertar de su letargo y para el 6 de enero anda ya con su óptima y “normal” marcha.

 

A un par de semanas de terminar el año pienso en la alegría que me da poder asistir a un brindis, a un asado –o varios-, a un almuerzo o incluso a una tarde de pizza y vino con quienes se dignan en compartir los últimos momentos de su 2019 conmigo. Y a quienes por cuestiones de agenda, distinto huso horario, salud o distancia no puedo ver físicamente saben que los llevo en mi corazón, sirvan éstas líneas para recordárselos.

 

 

Escrito por Erick Aguilar

Aprendiz de ser humano, viajero en capacitación, bibliófilo consumado y sociólogo consumido

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