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Desde “La última fiesta”, viajero

Al tiempo de caminar por la vida, me encontré con un corto mexicano que a lo largo del presente año ha sido galardonado en múltiples ocasiones y en distintas latitudes. Contar una historia nunca es fácil. El lenguaje, el ritmo, el contexto común y conocido por el espectador ayudan pero en el caso de un relato extranjero poner al corriente al mismo espectador de ciertas costumbres, hacer acotaciones sobre ciertas tradiciones y explicar lo no tan común y conocido afectan el ritmo de la historia y por ende su disfrute. Los cortometrajes enfrentan las anteriores dificultades a las cuales se les agrega el tiempo, y es que deben sumergir al espectador en ese mundo creado en muy poco tiempo a fin de hacerlo cómplice no sólo de la historia, sino de los anhelos, tristezas y esperanzas de quienes aparecen en pantalla.

 

Disfruto de los cortometrajes animados. Sus recursos modestos, si son bien aplicados, logran resultados sobresalientes. En cuanto a los cortometrajes que no son animados, se les agrega otra dificultad aparte de las ya expresadas líneas arriba, la escenografía, la fotografía, la luz y esa intrincada humanidad que cuadro a cuadro busca ser retratada desde uno o varios ángulos. El cortometraje que en ésta ocasión llamó mi atención es el intitulado “La última fiesta” de Adrián Ramos, el cual, tras estrenarse en el Festival de Trinidad y Tobago no ha dejado de sumar galardones, premios y menciones honoríficas en no menos de 40 festivales a lo largo del planeta en el presente año. En el pasado Festival de Miami ganó siete de los ocho premios en disputa. La cercanía del corto con el costumbrismo y realismo mágico, así como el tema de la vejez abordado desde una perspectiva fresca y nacionalista han hecho que distintos ojos a lo largo y ancho del globo se enamoren de él.

 

Finalmente, la impresión que me llevé al verlo se conjugó con la sorpresa de encontrar una reivindicación del derecho que tiene la vejez a declarar al amor de pareja como propio. En la actualidad, y como fruto de las tramas exhibidas en distintos medios, a veces parece que el amor de pareja es monopolio exclusivo de la juventud y pocas veces se repara en los resquicios del amor añejado por la convivencia de años y cotidianidad. No puedo dejar de mencionar la crítica que el sociólogo Zygmunt Bauman le hace a la visión actual de amor al escribir sobre el amor líquido y en este interesante corto encuentro algunas respuestas a la pregunta que me plantee desde que leí parte de la obra del autor: ¿Acaso los abuelos amaban más intensamente de lo que nosotros somos capaces? Una de las fortalezas del corto en comento es la reflexión obligada a las que nos lleva tras ser cómplices de la historia y de la intimidad de Esther y su esposo en ese viejo y olvidado municipio de Acatic, Jalisco.

 

Recomiendo ver “La última fiesta” de Adrián Ramos y seguir apoyando al talento mexicano que da muestra de su gran calidad y corazón.

 

El corto está disponible en distintos sitios como por ejemplo: https://www.youtube.com/watch?v=3ff7l8Q70jM

 

Escrito por Erick Aguilar

Aprendiz de ser humano, viajero en capacitación, bibliófilo consumado y sociólogo consumido

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