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Desde Puente del Diablo, viajero

Al tiempo de caminar por la vida, me encontré al sur del estado de Morelos, en la frontera con el estado de Guerrero, donde el calor nos sumerge en los propios jugos y un cielo nublado es un descanso para el alma y la piel. El municipio se llama Puente de Ixtla, se ha hecho tristemente famosos por la violencia que de unos años a la fecha ha exportado ese infierno de muerte llamado Guerrero. En algunos puntos de este gran municipio –geográficamente es muy grande- siguen existiendo hombres y mujeres de campo que se declaran orgullosamente  “nacidos y criados” en Puente de Ixtla, los criollos de puente se hacen llamar.

 

Por la cabecera municipal transitan varios ríos entre los que resaltan el Chalma y el Tembembe –ramales del Apatlaco- que si bien actualmente lucen sucios y descuidados, el ruido de sus cauces hace que los viejos rememoren tiempos mejores, incluso leyendas. Una de las varias leyendas que llegaron a mis oídos fue la del Puente del Diablo que grosso modo transcribo:

 

Debido a que el rio se llevaba constantemente un puente que era necesario para que los mercaderes llevaran y trajeran sus productos, se convocó públicamente a que alguien construyera un puente a prueba de ríos y que resistiera las inclemencias de las inundaciones. Aquel que aceptó el reto fue uno de los habitantes más humilde y hasta borracho de la localidad. Ante la incredulidad de todos, él sujeto prometió levantar el puente en una sola noche. Para lograr tal fin conjuró al diablo y este último a cambio del alma del primero prometió completar el trabajo en una sola noche; un puente por un alma no parecía ser mal trato para el amo de las tinieblas. Cuando la noche estaba por terminar y el sol por salir, el diablo estaba a punto de terminar con el puente. Para no perder su alma nuestro protagonista escondió la última piedra que el diablo necesitaba para dar por terminado el trabajo. El diablo, vuelto loco, no encontró la última piedra por más que buscó, al canto del gallo el plazo se cumplió, el sol despuntó y nuestro protagonista conservó su alma así como el reconocimiento local de haber construido un gran puente en una sola noche y quizá la satisfacción más grande de todas, la de haber engañado al amo de las mentiras.

 

Al día de hoy el puente sigue en pie y se llama El puente del diablo, los viejos son felices contándole la leyenda del lugar a aquel que tenga la disposición de escucharlos y por un momento sentimos un alivio de pensarnos en un lugar de leyenda, donde no tienen lugar el tráfico de drogas, las fosas clandestinas, ni las tristezas de un mundo que envidia a la ficción y sus demonios de cuento.

 

Escrito por Erick Aguilar

Aprendiz de ser humano, viajero en capacitación, bibliófilo consumado y sociólogo consumido