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Desde Rosebud, viajero

Al tiempo de caminar por la vida, me encontré en un seminario virtual sobre la vida y obra de un grande del cine mundial: Orson Welles. El seminario constó de varias sesiones y fue impartido por el exquisito Manuel Teil, quien ha sido director de reparto de películas como Amores Perros, Y tu mamá también, entre otras producciones.

 

Hablar de Orson Welles es hablar de una época en dónde la magia de la radio convivía felizmente con la fundación de compañías de teatro; es hablar del descubrimiento de la penetración e influencia de los medios en las grandes masas populares, es hablar de la pasión de ser director, actor y vivir por y para el séptimo arte amén de encontrar enemigos poderosos, tener varios matrimonios y ser calificado como un paria.

 

Desde los 10 años Orson Welles ya conocía la obra de Shakespeare, incluso había montado algunas obras y pintaba. Heredero de una familia de buena posición, su formación en las artes y humanidades inició desde muy temprana edad. A diferencia de la mayoría de los niños prodigio, su fuego no se apagó conforme fue creciendo, Algo que rescato es que la presión de siempre destacar nunca sobrepasó su carácter y de alguna forma siempre supo cómo manejar esa humana condición que remite a la pelea entre expectativa de lo que uno desea ser y la cruda realidad de lo que uno es en verdad. Orson no estuvo sólo en su grandeza, como joven fundó la compañía de teatro Mercury y sus integrantes lo acompañarían a lo largo de sus diferentes producciones cinematográficas durante toda su vida.

 

Seguramente la película más conocida de Orson Welles es “El Ciudadano Kane” (1941) la cual le valió la eterna enemistad del magnate de la prensa Randolph Hearst. Lo anterior por retratarlo como un hombre egoísta, esclavo de sus compulsiones y obsesionado con evadir a cualquier costo la enorme soledad y miseria interior. Welles también realizó muchas otras joyas del cine que no tuvieron la fortuna de ser tan conocidas. Cintas como La Dama de Shanghái (1947) -estelarizada por Rita Hayworth- El extraño (1946), Sed de mal (1958) y Macbeth (1948) entre otras dan cuenta de su versatilidad –y curiosidad- como actor y director.

 

El carácter de Orson Welles remite al de un genio incomprendido en tanto era una especie de antología de ego, autosuficiencia y pasión por lograr un solo objetivo: hacer el mejor cine posible. No es fortuito pensar que los actores a los que dirigió tenían un reto enorme entre ser ellos o una marioneta totalmente flexible a los deseos de un tirano del celuloide y la claqueta.

 

Orson Welles dejó una gran huella en la vida y el folklore de la sociedad estadounidense del siglo pasado no sólo por la famosa representación radiofónica de la Guerra de los mundos -que tuvo como saldo disturbios y pánico colectivo-, sino también por ser uno de los sospechosos de ese macabro asesinato que la posteridad aludiría como el caso de la Dalia Negra. Una hipótesis decía que la W marcada en la frente de la cabeza decapitada de Elizabeth Short remitía a la W del apellido Welles, nunca se pudo comprobar.

 

Finalmente, mi querida Irmi Henzel alguna vez me dijo que para entender al ser humano hay que entender su muerte. En el caso de Orson Welles, la comprensión del mito y del ser humano llega con tan sólo analizar su epitafio: “No es que yo fuera superior, es que los demás eran inferiores”.

 

Nos leemos en dos semanas.

Escrito por Erick Aguilar

Aprendiz de ser humano, viajero en capacitación, bibliófilo consumado y sociólogo consumido

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