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Desde una tarde de jerez en Seattle, viajero

Al tiempo de caminar por la vida, me encontré llegando al final de una comedia de situación. Recuerdo que cuando era estudiante de preparatoria, los martes en el canal 4, a partir de las 11 de la noche se transmitía una serie llamada Frasier. Conforme se fue haciendo de mi agrado entendí que no era la vida de un psicólogo –con el tiempo supe que en realidad era un psiquiatra- al que le pasaban cosas sui generis; sino que era una comedia en la cual se exponía acida e irónicamente la dificultad de actuar ética y racionalmente en un mundo que privilegia la forma por sobre el fondo. Aún como estudiante de prepa empecé a compartir mi afición con un solo amigo, los demás no le entendían o no les gustaba el humor de la serie. Frases emanadas de Frasier como “Puedes amar al dodo pero no lo dejas solo” y “saluda con un leve cabeceo” se volvieron frecuentes chistes locales entre ese buen amigo y un servidor. Aún recuerdo mi frustración cuando llegaban las 11 de la noche y tras superar los cabeceos de la espera para ver Frasier, la programación cambiaba y ponían algún partido de futbol o noticias. Conforme pasó el tiempo la serie dejó de ser transmitida.

 

Los personajes de la serie son entrañables, con Kelsey Grammer como el Dr. Frasier Crane, que no es sino la personificación del hombre racional –psiquiatra- cuyo trabajo es brindar consejos a los demás pero que no puede manejar asertivamente el imprevisible acaecer de su propia vida. Con el magnífico David Hyde Pierce como el hipocondríaco, obsesivamente aseado, resignadamente casado y masculinamente decepcionante Dr. Niles Crane, el hermano de Frasier, a quién le toca ser el remate pero también una parte esencial del ingenioso humor de la serie. Por su parte Jane Leeves, como Daphne Moon, encarna ese amor imposible y secreto que todos en algún momento hemos tenido y que nos hace comportarnos peor que el propio Niles Crane, su eterno enamorado. Finalmente Peri Gilpin (Roz Doyle) y John Mahoney (Martin Crane) cierran el núcleo familiar de Frasier, la primera como mejor amiga y el segundo como padre, un masculino y rudo expolicia que no toma jerez, no aprecia la réplica del sillón que Coco Chanel tenía en su estudio en Paris y decididamente está a años luz de los gustos snobs y “ridículos” de sus dos hijos. Mención especial merece Eddie, ese cachorro-mascota adorado por Martin y resignadamente ¿aceptado? por Frasier. Los años pasaron, la preparatoria terminó, mis hábitos nocturnos cambiaron y nunca me enteré si Frasier encontró o no el amor, si Niles alguna vez le declaró su ardiente amor a Dafne, si la serie no decayó después de 11 temporadas –Kelsey Grammer tiene el record más largo como el actor que más tiempo ha interpretado un personaje. Conforme pasó el tiempo me fui olvidando del singular psiquiatra radiofónico y sus des  aventuras en la ciudad de Seattle, Estados Unidos.

 

De unos años para acá, al llevar a mi querida puberta de confianza a comprar discos compactos, en los estantes veía una caja con algunas temporadas de Frasier, varias veces estuve tentado a comprarlas, pero mi propósito de tener primero todos los capítulos de Los Simpsons me lo impidió. Ocasionalmente, veía algún capítulo disponible en la red, pero no era lo mismo escuchar el acento de España en los personajes que dejaron huella en mi juventud. Fue hasta la llegada de uno de esos servicios de streaming –la deliberación con mi puberta de confianza tomó algunos meses- que por fin pude ver uno a uno cada capítulo de las 11 temporadas que componen la serie.

 

Debo mencionar que durante poco más de 4 meses, en casa se estableció una especie de ritual que consistía en cena, luces apagadas, pantuflas y un cómodo sillón desde el cual destartalarnos de la risa, asombrarnos de la agilidad física del señor Pierce, o bien, terminar el día con los creativos cierres de 25 segundos que acompañan los créditos al final de cada capítulo.

 

Al final, después de ver completa la serie que por años me gustó, después de compartirla con quienes nunca imaginé hacerlo puedo concluir que lo que más me gustó por años de Frasier fue ese humor que remite a la incomodidad subyacente de siempre buscar una explicación racional ante ese chasco de hilaridad en que la vida se puede convertir al menor descuido. O más simplemente, quizá lo más importante que aprendí de Frasier fue que toda plática en algún momento debe incluir un concienzudo y sincero “Te escucho”.

 

Escrito por Erick Aguilar

Aprendiz de ser humano, viajero en capacitación, bibliófilo consumado y sociólogo consumido

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