De acuerdo a la ONU, somos finalmente la primer generación que puede erradicar la hambruna. Y ¿cómo lograrlo esto? Lo primero y más importante: eliminar el desperdicio de alimento. Aproximadamente un tercio de la comida que se produce a nivel global para consumo humano es desperdiciada, el cuál causa de un 8% de las emisiones de gases de efecto invernadero y para la que se utilizan alrededor de 270km3 de agua para su producción. Definitivamente las cifras son motivos de preocupación y todos contribuimos en mayor o menor proporción al problema. A todos nos ha pasado que ocasionalmente o compramos de más o simplemente olvidamos lo que hay en nuestro refrigerador hasta que ya es muy tarde para consumirse.
Una de las características extrañas de este problema, particularmente hallada en las frutas y verduras es que antes de que lleguen a nosotros vía supermercados o mercados, la mayoría debe cumplir con los famosos cánones de belleza para aquellas frutas o verduras que no tengan las formas y siluetas perfectas. Y en teoría, los productos que no cumplen requerimientos estéticos son llevados a otro tipo de mercado. No obstante, en la mayoría de los casos estos productos acaban siendo desperdiciados. Y todo esto sin incluir el desperdicio que se crea en los restaurantes debido a la sobreproducción de alimentos preparados o bien a la sobrecompra de alimento. El problema ha alcanzado tales dimensiones que en países como Estados Unidos se ha vuelto un problema de escala nacional, por lo cual se han implementado medidas para combatirlo. Por ejemplo, la semana pasada en Nueva York se aprobó una ley que requiere que los negocios de comida hagan composta apartir de residuos de alimentos. Asimismo en febrero de este año Francia se convirtió en el primer país del mundo en aprobar una ley que prohíbe a los supermercados tirar o destruir alimentos no vendidos que aún están en buena calidad. De acuerdo a la ley, los supermercados deben donar los alimentos a organizaciones benéficas o bancos de alimento.
A pesar de que el problema es de escala global, nosotros los consumidores podemos realizar pequeños cambios en nuestros hábitos de compra que pueden contribuir a la disminución del problema; por ejemplo, regulando la cantidad de comida que compramos para evitar que esa lechuga no acabe en el fondo del refri o bien, en lugar de tirar la fruta ya mallugada, hacer uno de esos famosos smoothies que están tan de moda. Al ir a restaurantes podemos pedir que nos den las sobras de nuestros platillos (¡sí, aunque no se vea tan nice!) o bien podemos compartir platillos. Ciertamente estos pequeños cambios que pueden parecer ridículos pueden estimular un cambio mayor y quizás en un futuro, siguiendo el ejemplo de otros países, promover una legislación en contra del desperdicio de alimentos y que proporcione soluciones al problema.
Escrito por Susana
Editado por Resilientemagazine.com