Hay que hacer cancha para las áreas verdes
Uno de los indicadores de la Iniciativa Latinoamericana y Caribeña (ILAC) para el Desarrollo Sostenible, en la que participa México, es la superficie de áreas verdes urbanas per cápita. Dicho indicador define a las áreas verdes urbanas como:
aquellos espacios abiertos (públicos o privados) cubiertos por vegetación (árboles, arbustos, pasto o plantas) tales como parques, jardines, huertos, bosques, cementerios y áreas deportivas, que se encuentran dentro de los límites de una ciudad y que pueden tener diferentes usos directos (recreación activa o pasiva) o indirectos (una influencia positiva en el medio ambiente urbano) para los usuarios (DANE, s.a.).
La CDMX tenía casi 13 m2/habitante en el 2009, la ciudad de Guadalajara tenía 3 m2/hab. en 1995 y la ciudad de Monterrey tenía casi 4 m2/hab. en el 2002. Cabe mencionar que la Organización Mundial de la Salud recomienda que se cuente con 9 m2/habitante y que su distribución permita que todos ellos vivan cerca de alguno de estos espacios. Así que solo una de las tres ciudades más grandes del país cumplía, por lo menos, con la primera recomendación.
Figura 1. Superficie de áreas verdes urbanas per cápita en las ciudades más grandes de México. Elaboración propia con datos de SNIARN y SNIA (s.a.).
Si bien esta situación puede parecer que tiene impacto “solamente” en la categoría ambiental, en realidad las ramificaciones de esta problemática tienen implicaciones importantes tanto socialmente como económicamente. Las áreas verdes en espacios urbanos cumplen diferentes roles que abarcan los tres pilares de la sustentabilidad (ambiental, social y económico), y estos incluyen:
- Fomentar las interacciones sociales positivas, como el deporte y la recreación, por lo que se cultiva una cohesión social que permite mejorar la salud y el bienestar de la población.
- Reducir directamente los contaminantes de aire cuando el polvo y las partículas de humo quedan atrapados por la vegetación. En promedio, el 85% de la contaminación del aire en un parque puede filtrarse.
- Reducir en gran medida los niveles de ruido, especialmente en ciudades sobrepobladas (claro, esto depende de la cantidad, la calidad y la distancia desde la fuente de contaminación acústica). De hecho, se calcula que las áreas verdes podrían disminuir los costos estimados del ruido de entre el 0.2% y 2% del PIB en la Unión Europea.
- Disminuir la ocurrencia de crímenes urbanos. A pesar de la percepción común de que los espacios verdes urbanos son propensos a la violencia y la delincuencia, se han realizado diferentes estudios que comprueban lo contrario. Uno de ellos, de Shepley et al (2019), concluyó que esto se podía deber a la interacción social y la recreación, la percepción comunitaria, la reducción biofílica del estrés, la modulación climática y los espacios que expresan la definición territorial.
- Reducir el tráfico automovilístico. La presencia de una red de atractivas rutas de tráfico lento para ciclistas y peatones en toda la ciudad mantiene a las personas fuera de sus automóviles.
- Además, las zonas verdes urbanas pueden diseñarse para incorporar muchas más funciones económicas que la práctica común actual: agricultura urbana, instalaciones de tratamiento y retención de agua y producción de biomasa
Por lo menos puedo hablar del caso de mi ciudad, Monterrey, donde es fácil ver que las áreas verdes no han sido valoradas como se merecen y no han sido aprovechadas para todas las funciones que pueden ayudarnos a cumplir para mejorar nuestra calidad de vida y mantener vivitos y coleando a todos los ecosistemas nativos que han estado aquí antes que nosotros.
Fuera de que lo ideal es tener y mantener un buen diseño urbano que garantice el acceso a las áreas verdes con una distribución equitativa, creo que es importante exigir que se les abra cancha a estos espacios desde ya. Hacerlo no solo significaría poder lograr obtener todos los beneficios de los que hablé anteriormente, sino que también es lograr un empoderamiento cívico para más adelante poder acceder a más espacios políticos e institucionales (Gómez y Velázquez, 2018).
Escrito por Rebeca Ruiz Reyes
Referencias y bibliografía
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