Las vacunas preparan el cuerpo para luchar contra las enfermedades. Generalmente están compuestas de gérmenes debilitados o muertos, es decir, formas menores de la propia enfermedad. Cuando el sistema inmunológico se encuentra con el germen debilitado produce anticuerpos específicos que vencen sin problemas las enfermedades y si más adelante el cuerpo se ve afectado se acuerda de los anticuerpos que creó en su momento y puede sanar con mayor facilidad.
Las vacunas se inventaron en 1796 cuando la epidemiología de la viruela estaba en plena expansión. Un médico de un pueblo inglés llamado Edward Jenner se dio cuenta de que las mujeres lecheras a veces contraían la viruela bovina debido a su aproximación con el ganado. Sin embargo, estas mujeres parecían resistirse a contraer la viruela humana. Edward extrajo un fluido infectado y lo inyectó en un joven granjero de 8 años, quien cayó enfermo pero se recuperó rápidamente. Entonces, volvió a hacerlo y el muchacho no volvió enfermar. Con esto llegó a la conclusión de que la viruela bovina protegía de la viruela y fue así que la primera vacuna humana fue el virus de la viruela bovina. La palabra vacuna viene del latín vacca o vaca.
Las vacunas han protegido a los seres humanos de algunas de las enfermedades más mortíferas y lo que es aún más interesante, no todo el mundo tiene que vacunarse para protegerse frente a una enfermedad. El principio de la inmunidad colectiva establece que si dentro de una población hay un número suficiente de personas que han recibido una vacuna, estas actuarán como barreras que evitarán la expansión de la enfermedad. Aunque el número de especímenes varían según la enfermedad de la que estemos hablando, la vacunación del 90% de la población, es, en la mayoría de los casos, equivalente a vacunar a toda la población.
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Escrito por Norma Díaz
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