Todos los días, en cualquiera de mis trayectos, alguien (mayoritariamente hombre) me mira morbosamente. Me lanza piropos sexuales y me hace sentir acosada. No importa cómo me vista porque el acoso que se ha hecho una práctica normal en esta ciudad y en este país nuestro. Quizá se quiere esconder la verdad pero 67% de las mujeres en México es o ha sido víctima de violencia de género. 

Cuando llevo falda, esa violencia se incrementa y me genera un pánico previo a salir de mi casa, cuestionándome, “¿por qué me da miedo si tengo la libertad de llevar falta y andar en bici?”, “¿por qué una situación que no depende de mí, me hace sentir incómoda y además me hace ser consciente de que puedo estar en una situación de riesgo de violencia?” y “¿por qué dejo que esa externalidad limite mi libertad?”.

Y sigo preguntándome si debería ajustarme yo a esa externalidad o bien debo seguir demostrando que soy libre y que ellos (los acosadores) no tienen derecho a intimidarme. No tengo respuesta a ninguna de estas perguntas. Lo único que me queda claro es que vivimos en una ciudad y en un país donde no hay garantías de seguridad para las agresiones de las que somos víctimas por ser mujeres, pues la justicia aún deja mucho que desear, con los miles de casos sin resolver dejando a los victimarios libres para atacar con su acoso a su siguiente víctima. Sin ir tan lejos, el caso de las mujeres de Juárez sigue en investigación y desanima mucho cuando la Fiscalía culpa a las mujeres de su propia muerte como a Lesby, al calificarla de “alcohólica y mala estudiante”.

Escrito por Priscilla Miranda

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