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La interiorización del género

A lo largo de nuestra vida hemos intentado responder algunas preguntas y tener ideas más o menos claras sobre nosotros mismos y sobre los demás. ¿Qué se supone que debería de hacer en tal cuestión?, ¿cómo debería de actuar, pensar, vestirme y caminar?, ¿cómo debería de sentirme con el trato que me dan?, ¿por qué tengo que aceptarlo?.

 

Para luego pasar a preguntas más complejas sobre cómo los demás conciben a los demás: ¿A qué se debería dedicar una mujer?, ¿qué características físicas y qué cuidados debería tener?, ¿y los hombres?, ¿qué lugar ocupan los hombres?, ¿cómo deben llevar a cabo las relaciones con las mujeres?. En este momento, para responder muchas de estas dudas, acudimos a los estereotipos, estereotipos de género que están presentes en todas partes y en distintos momentos cruciales de nuestra vida y que se encuentran arraigados a nosotros mismos.

 

Los estereotipos de género son un conjunto estructurado de creencias compartidas dentro de una cultura o grupo acerca de los atributos o características que posee cada sexo, son concepciones preconcebidas acerca de cómo son y cómo deben comportarse las mujeres y los hombres.

 

La sociedad refuerza esta atribución de roles desde antes del nacimiento, como puede ser la elección del color de la ropa, y la selección de nombres tiernos para nuestra hija, o rudos y elegantes para nuestro hijo, por señalar algún determinante.

 

Así, culturalmente se delimita lo que es el ser y hacer de hombres y mujeres, lo que se traslada a los diferentes escenarios en el que las personas interactúan y va a determinar distintas realidades en la vida e interacción con los otros, así como diferencias en la identidad, lo cual condicionará su comportamiento futuro, es decir, las futuras elecciones como: carrera, aficiones, gustos, actitudes, hobbies, entre otros.

 

El deber ser en términos de masculinidad y feminidad, impone a mujeres y hombres comportamientos etiquetados que frenan su desarrollo como personas, su felicidad, sus decisiones y aspiraciones al querer ajustarse al modelo propuesto; lo cual genera contradicciones entre las aspiraciones y el sentir del individuo con las actitudes legitimadas y valoradas socialmente.

 

De esta forma los estereotipos contraponen lo personal y lo social, lo interno y lo externo, lo privado y lo público, en tanto que las personas deben someterse a un orden que los obliga a comportarse y asumir una imagen social que no corresponde con su identidad y su potencial personal. De ahí que si persisten estas diferencias es porque mujeres y hombres interiorizan su propio estereotipo.

 

Los estereotipos de género, aunque se han ido flexibilizando con el tiempo e incluso se han considerados desfasados en diversos ámbitos actualmente, continúan arraigados en el imaginario de los jóvenes, legitimando desigualdades históricas y construyendo modelos asimétricos de género centrados en actitudes sexistas de masculinidad y feminidad heredados de la tradición.

 

La inequidad entre hombres y mujeres se perpetúa mediante la reproducción generacional y casi automática de los estereotipos de género, los cuales aparecen arraigados en el imaginario colectivo y se expresan en la vida cotidiana bajo múltiples formas a pesar de querer alejarnos por completo de ellos.

 

De ahí la importancia de inculcar e inculcarnos aspectos esenciales para la convivencia como la tolerancia, el respeto a las diferencias, a la diversidad étnica y cultural, pero también la necesidad de fomentar la igualdad entre géneros en todas las dimensiones de la vida.

 

Los estereotipos de género nos han ayudado a responder preguntas, a resolver jerarquías sociales y a definir roles específicos. Sin embargo, su presencia  y rigidez depende mucho del imaginario colectivo, en su esencia se encuentra la modernización gracias al apoyo e interiorización de nosotros mismos sobre lo que nos toca hacer, pensar y sentir y nos apropiamos de ellos y por ello, está en nosotros encontrar un nuevo enfoque mucho más cercano a la equidad.

 

Escrito por Luis Enrique Galduroz Roldán