¿Alguna vez has sentido no poder opinar en algún tema porque piensas que no has leído lo suficiente o que no sabes lo suficiente? Creo, no sólo aplica esto en relación con opiniones y argumentos sino en la vida diaria cuando te limitas al pensar que aquello que sabes o que quieres decir no es más que una mera y simple idea, y nada más.
De dónde viene entonces el derecho de opinar ante algo o de hacer algo. Definitivamente no viene de ser o colgarte el título de experto en el tema. ¿Cuántas veces hemos visto que son los ignorantes los que deciden y son los idiotas los que actúan? Un ejemplo de ellos es el clásico jefe prepotente que no tiene idea de lo que hace, o aquel político del que nos impresiona su falta de conocimiento en decisiones de vida o muerte (gracias Peña por ser mi referencia para tantos ejemplos) o simplemente aquella jovenaza que escribe este artículo sólo porque yolo. Entonces, ¿por qué escribir, por qué hacer, por qué opinar? Creo que la respuesta radica en que se nos ha vendido la idea de que en la historia están los villanos, los héroes, los líderes, los intelectuales, los santos y demás, y del otro lado, estamos los mortales que conforman la masa.
No obstante, yo decido no creer en esto. Yo decido que somos todos nosotros los que día a día hacemos la historia. No seremos expertos en un tema pero sí somos expertos en construir una realidad para nosotros y para otros. No nos falta nada para opinar, para decir, hacer y transformar. Lo único que se necesita es la pasión y nadie nos puede quitar eso, por lo que es hora de preguntarnos, ¿vamos a jugar el papel pasivo o el activo? Me refiero dentro de la historia del mundo.