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Desde Belén, viajero

Al tiempo de caminar por la vida, me encontré en la Basílica de la Natividad, en Belén actual territorio palestino. La basílica alberga uno de los puntos más emblemáticos de la cristiandad en tanto que ahí existe –señalada con una estrella de plata- el lugar en donde nació Jesús. La custodia de esta basílica es compartida entre la iglesia Ortodoxa Griega, la Armenia y la Católica Romana. Un lugar lleno de simbolismo donde más allá de si fue el sitio milimétricamente exacto en donde nació o no Jesús, es un sitio que me remite a la idea fundamental de La Familia.

Como todo lo humano, la familia es algo que sigue cambiando, desarrollándose, a veces expandiéndose, a veces contrayéndose, me explico: hace poco escuché que en Holanda se volvió política de un asilo de personas de la tercera edad la posibilidad de rentar departamentos a jóvenes con un precio preferencial si los jóvenes se comprometían a pasar no menos de 30 horas a la semana visitando a los ancianos, celebrando sus cumpleaños y brindándoles compañía. Otro dato que leí es  que, según Noah Harari (prestigiado historiador israelí), en civilizaciones del pacífico suroriental existían tribus donde las mujeres al saberse en gestación buscaban tener relaciones con diversos hombres de la tribu; buscaban intimar con el mejor cazador de la tribu, con el corredor más rápido, con el mejor contador de historias, etc. puesto que en el conjunto de sus creencias pensaban que el futuro integrante de la tribu adquiría –hasta antes de su nacimiento- las características de todos –en plural- sus padres. Y bueno, recientemente se estrenó una película escrita por Sabina Berman –increíble autora de ficciones y de la película Macho- en la que se muestra como algo novedoso la convivencia y hasta unión matrimonial de dos hombres y una mujer, retomando una idea antropológica de  “propiedad comunal» como la comida, de la morada, de las parejas e incluso de los hijos que viene desde los primeros clanes y tribus de homo sapiens que recorrían las estepas africanas en busca de caza hace más de 150 mil años, para quienes todo era de todos. Todos cuidaban a todos y sí, muy seguramente todos sentían la pérdida de un miembro al que todos amaban. ¿No es eso una familia en esencia? 

En pleno siglo XXI y al pie del lugar en donde se gestó una de las familias más emblemáticas de la historia –la principal para los cristianos- pienso que hay dos puntos fundamentales que le dan corpus, contenido, al concepto de familia: i) Coincidencia de fines individuales y ii) voluntad común para alcanzarlos: fines como mejorar la propia calidad de vida (los jóvenes holandeses gastan menos en renta mientras que los ancianos tienen compañía y autoestima); abonar en la procreación de más y mejor aptos miembros del clan (cuyas habilidades físicas, de caza, de defensa sean superiores); o simplemente ser cómplices de un amor y felicidades mutuas. Ante fundamentalismos extremos sin fundamento que quieren vendernos un concepto no tan histórico de familia, le pido a usted amable lector: No se deje engañar y no deje que le den gato por liebre.

Escrito por Erick Aguilar

Aprendiz de ser humano, viajero en capacitación, bibliófilo consumado y sociólogo consumido

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