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Desde el primer año de la pandemia, viajero

Al tiempo de caminar por la vida, me encontré percatándome de que el próximo 23 de marzo se cumple un año de haber iniciado la Jornada Nacional de Sana Distancia (JNSD), nombre rimbombante para lo que a la praxis fue el encierro que conocimos popularmente como cuarentena. Si bien la JNSD terminó el 30 de mayo, alternada –y confusamente- las distintas entidades federativas fueron marcando el ritmo de cómo retomaban o suspendían sus actividades económicas, sociales, administrativas, etc. Hoy por hoy es el semáforo de riesgo epidemiológico –con sus cuatro colores- la herramienta con la cual el gobierno mexicano marca y regula el riesgo sanitario. El color rojo indica que Se permitirán las actividades económicas esenciales, la población puede salir a caminar alrededor de su domicilio. El color naranja indica que además de las actividades económicas esenciales, se permitirá que las empresas de las actividades económicas no esenciales trabajen con el 30% del personal para su funcionamiento, los espacios públicos son abiertos para un aforo reducido. El color amarillo indica que todas las actividades laborales están permitidas. El espacio público abierto se abre de forma regular, y los espacios públicos cerrados se pueden abrir con aforo reducido. Finalmente, el color verde indica que todas las actividades se pueden realizar, incluidas las escolares de forma presencial.

 

A un año de seguir viviendo lo que hoy llamamos La pandemia, me gusta creer que obtuvimos varias lecciones para ser una mejor sociedad. Aprendimos que la precaución salva vidas, que la necedad y la ignorancia son mordaces asesinos. Supimos que el trabajo es una bendición y se hizo evidente que los empleos precarios son eso: precarios, en tanto atentan contra las mínimas condiciones de seguridad y dignidad de las personas que tienen que seguirse exponiendo a un virus so pena de no comer el día de hoy. Aprendimos que el hecho de no salir de casa puede ser un martirio o una bendición dependiendo del ambiente familiar que hemos gestado a lo largo de toda nuestra vida. Quedó en claro que no sólo los médicos y policías, sino también los trabajadores de limpia, de transporte público, de educación tienen funciones clave que en nada se corresponden con sus raquíticos sueldos. Supimos que hay quienes, pese a la evidencia científica, las experiencias internacionales, las muertes y los estragos de la pandemia aún prefieren salir de fiesta, exponer/se innecesariamente y, si tienen tantito poder, usarlo para llevar a cabo bodas, festejos e incluso viajes masivos en el mayor desprecio a la prudencia y sentido común que humanamente se pueda tener. Finalmente, la pandemia nos dejó en claro que hay muchas formas de enfrentar la crisis, desde ser empáticos, guardar la calma y ser lo más humanos posibles o bien, caer en el pánico y comprar papel higiénico y alcohol en vez de granos y comestibles, o peor aún, voluntariamente decidir embarazarse en está época tan sui generis… vaya que somos una especie rara.

 

Personalmente me gusta creer que no soy la misma persona que hace un año, que ésta circunstancia sirvió para templar el carácter y poner en práctica los principios de esos grandes estoicos a los que considero maestros; Séneca, Marco Aurelio y Cicerón. Si bien es cierto que el estoicismo se aprende en la bonanza, sus enseñanzas nos ayudan a sobrellevar la adversidad. Quiero creer que la pandemia dejó más de lo que se llevó, me dejó tres reencuentros muy importantes -Peris, Susy y Fab-, la humildad de acercarme a quiénes son importantes pese a mis raras ideas, muchos y más complejos alumnos, varias responsabilidades a la ya de por sí formal vida de “adulto” y también una linda mascota peluda. No sé en qué grado, algún día pueda decir que superé, que superamos la pandemia y más sabiendo que tuvimos varios muertos en esta temporada, que muchos de nuestros conocidos perdieron empleo y esperanzas. No sé en qué grado algún día una sociedad pueda decir que superó una catástrofe, nunca había vivido una tan de cerca. Lo que sí sé, es que mientras haya vida hay esperanza y que la virtud sólo se adquiere a base de ejercitarla, de templarla. Que es mejor recibir el mal que provocarlo y que por último y como decía el gran Netzahualcóyotl

 

¿Acaso de veras se vive con raíz en la Tierra?
No para siempre en la Tierra:
sólo un poco aquí.
Aunque sea de jade se quiebra,
aunque sea de oro se rompe,
aunque sea plumaje de quetzal se desgarra.
No para siempre en la Tierra:
sólo un poco aquí.

 

…sólo un poco aquí y nada más. Quizá esa sea la mayor lección de este año.

 

Escrito por Erick Aguilar

 

Aprendiz de ser humano, viajero en capacitación, bibliófilo consumado y sociólogo consumido

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