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Desde  el río de los milagros, viajero

Al tiempo de caminar por la vida, me encontré haciendo una especie de simulacro de vacaciones. A unas pocas horas de la Ciudad de México se encuentra el Mineral del Chico, Hidalgo. El camino largo de la ciudad de Pachuca hacia la zona boscosa y fría de El Chico se encuentra lleno de curvas y de bellos paisajes que van desde amplios horizontes hasta neblinas espesas. En algún punto antes de llegar al Chico hay una vieja cascada de temporada, es decir, en tiempo de lluvias fluye agua y el resto del año sólo quedan las piedras romas como mudos testigos del cantar del agua. La calle principal –Gral. Alfonso Corona del Rosal- es una panoplia de terracitas de restaurantes, fachadas de negocios y baldosas uniformes de banquetas amplias dispuestas para hacer del sitio lo más apacible a quien se decida caminarlo.

 

En algún punto ciertos carricoches conocidos como RZR (razers) dan servicios de recorridos turísticos. En ellos se puede visitar el Hotel Paraíso y la casa de las brujas –una especie de casa con la típica y folclórica leyenda de hechos macabros que derivaron en volverla un lugar tenebroso. De ahí gracias a la potencia todo terreno del RZR se llega a distintos tiros de mina en donde tras aventar una piedra a los tiros clausurados uno puede saber –a decir del guía turístico- si su pareja es o no fiel. La prueba tiene el siguiente orden: i) Pararse al borde del tiro clausurado de la mina ii) Tomar una piedra grande y dejarla caer en las profundidades del tiro. Hay dos resultados posibles, después de unos segundos de silencio si se escucha el golpe seco de la piedra contra el suelo el veredicto es que existe fidelidad. Por otra parte si a lo largo de la caída de la piedra se escucha que rebota antes de llegar al fondo, cada rebote implica una infidelidad. Muy folclórica prueba para saber si uno está siendo o no engañado por su pareja.

 

Como punto final del recorrido uno termina en a la orilla del río de los milagros, donde existen otras entradas a la mina de San Antonio, a lo largo del río uno puede comer y beber en alguna de las varias cabañas que ahí se encuentran. Incluso hay un puente colgante que funciona como buen atractivo para los intrépidos. En mi caso decidí ir a explorar la orilla del río, del cual mis dos lomitas –Husha y Pichancha- salieron mojadas, pero felices.

 

El sitio es ampliamente recomendable, no sólo por ser pet friendly, o por los clásicos y deliciosos pastes –algo que adoro- sino también por el gusto de pasar una tarde fría en compañía del calor familiar antes del fin de año. Nos leemos en dos semanas.

 

 

Escrito por Erick Aguilar

Aprendiz de ser humano, viajero en capacitación, bibliófilo consumado y sociólogo consumido

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Foto: De Víctor Martínez – Trabajo propio, CC BY-SA 4.0, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=34220571