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Existencialismo, tragedia y sustentabilidad

Se dice que hay dos tipos de personas en el mundo: los trágicos y los no-trágicos. Y no hablamos de los trágicos de rutina o de la cotidianidad cuyo punto de partida es el drama perpetuo, el inocuo pesimismo y el aclamado realismo arbitrario. No, aquí hablamos de la tragedia clásica; de aquella que nos enseñaron los griegos y que pertenece ya en el psique del sentido común y en el aire de todas las ciudades.

¿Qué diablos significa ser trágico? No significa ser pesimista. Tampoco realista y menos dramático. Lo trágico es aquello que no puede ser controlado o que no puede ser evitado. El destino triste de cualquier personaje de ficción es trágico, no por ser triste sino porque es destino, y éste es inalterable. Lo mismo sucede con las historias clásicas como el Quijote, Prometeo, Caín y tantos otros. Y ¿qué tiene que ver todo esto con la sustentabilidad?

La respuesta es muy sencilla. Los que somos trágicos vemos la sustentabilidad como una herramienta para postergar el cambio climático. Los no-trágicos lo ven como un instrumento más de todos los que tenemos en el día con día. La diferencia es la forma en la que vemos nuestro destino y nuestra manera de afrontarlo como sociedad. Los trágicos sabemos hacia donde vamos y no lo sabemos porque podemos ver el futuro sino porque sospechamos que no lograremos cambiar al mundo entero de su gran derroche de recursos naturales. Los no-trágicos piensan que todo camino puede cambiar si se es suficientemente fuerte. ¿Es posible cambiar nuestro nivel de vida para evitar el cambio climático? No lo creemos. Lo sabemos es que podemos mitigarlo más no evitarlo. Esto no quiere decir no intentarlo como cualquier cínico alegaría. ¡No! Significa que a pesar de que lo sepamos, seguiremos haciéndolo. Ya le sucedió a Sísifo que siempre supo que no lograría pasar su gigantesca piedra. Ya lo sabía Prometeo al robar el fuego y ya lo sabía Caín cuando discutió con Dios por haberle creado ese sentimiento de envidia incontrolable.

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