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Desde Ruta 666, viajero

Al tiempo de caminar por la vida, me encontré impactado frente a una pantalla. ¿Qué pasa cuando los actos deleznables de una sociedad son exhibidos en video? ¿Qué pasa cuando un ególatra los usa para publicitar su imagen personal ante una gran audiencia? Sé que éstas preguntas parecen apuntar hacia los recientes video escándalos del exdirector de Pemex y al titular del ejecutivo federal regodeándose en la desaprobación y exhibición de los mismos –lejos está el 2004 y las bolsas de supermercado de un tal René Bejarano. No estimado lector, no me refiero a los videoescándalos ni a la concupiscencia corruptora de nuestra fauna política de ayer y de hoy; me refiero al clásico cinematográfico de 1994 Asesinos por naturaleza dirigida por Oliver Stone.

 

Dentro de las muchas interpretaciones que tiene este filme apelo a la veneración y unción que las masas le otorgan a todos aquellos que rompen el orden establecido. Ya en otras ocasiones he mencionado los grandes aportes de Elliot Leyton (Cazadores de humanos) al explicar el proceso en el cual un asesino serial se convierte en una superestrella. En esta ocasión la historia protagonizada por los personajes Mickey Knox y Mallory Willson –ficciones de los muy reales Charles Stakweather y Caril Fugate- sirve de pretexto para exponer el papel de los medios de comunicación, del consumo de la audiencia y de la monetización de la violencia humana. La historia no acaba cuándo los asesinos son encarcelados, final al que generalmente apelan los medios de comunicación. La historia tiene un clímax en lo que viene después del encarcelamiento de dicha pareja de asesinos. Sugiero enfáticamente verlo con detenimiento.

 

Más allá del sello sangriento en la historia escrita por Tarantino, el cóctel de bajos instintos que es exhibido a lo largo de 120 minutos pone en cuestión el aspecto esencial de la familia, así como las pretensiones de anomia que la vida moderna celebra como individualidad y éxito por sobre la integración y el sentido de pertenencia social. Reitero, la cinta es en sí misma una advertencia para todos aquellos irresponsables que apelan a la promoción mediática de su mezquindad maquillada de virtud. Por último, vale la pena decir que a diferencia de cintas como la reciente Ted Bundy: durmiendo con el asesino el filme de Oliver Stone tiene ese contenido noventero que nos encanta y que a veces nos revuelve el estómago al tratar un tema tan socorrido en la cultura anglosajona como lo son los serial killers. Esa ficticia ruta 666 nos lleva hacia los sótanos más tortuosos de almas demonios perdidos. Hasta la próxima semana.

 

Escrito por Erick Aguilar

 

Aprendiz de ser humano, viajero en capacitación, bibliófilo consumado y sociólogo consumido

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