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Hagamos Tejido | Bajo Tierra Museo

El año pasado vino a confirmar que estamos en medio de una crisis global ecológica cuya atención no podemos postergar. Más degradación de los hábitats equivale a más pandemias. Así de simple. También que, contrario a lo que se decía, no hay “esferas” política, económica, social y ecológica. Todo es ecológico, porque nada subsiste fuera de la naturaleza.

 

Aunque global, la crisis climática invariablemente se tiene que abordar dentro del ámbito local. En lo local empiezan los procesos de degradación que impactan a nivel planeta y en lo local se viven también sus efectos.

 

El acelerado crecimiento urbano de Querétaro durante las últimas décadas tuvo un impacto socio ambiental hasta hace poco relativamente “silencioso“, que había logrado pasar “desapercibido“ para buena parte de la ciudadanía. Sin embargo, el deterioro ha aumentado a tal grado que la ciudad es cada vez más insostenible y vulnerable. De 2013 a 2016 descendimos del lugar 6 al 17 en calidad de vida según el estudio “Ciudades Habitables”. Más que estadísticas es un hecho palpable. Lo dicen los diagnósticos serios, los conflictos en aumento, enfermedades que aparecen, personas desplazadas y una disminución en los índices de calidad del suelo, calidad del aire y calidad del agua. Los elementos que sostienen cualquier forma de vida. En un reciente conversatorio sobre los retos ambientales de Querétaro se nos recordaba la importancia de llamar a las cosas por su nombre con un contundente “tenemos una crisis hídrica”. ¿Cómo más se le puede llamar a una ciudad que agota sus reservas, contamina sus cuerpos de agua y en lugar de regenerar los ecosistemas para revertirlo apuesta por traer agua de fuentes más lejanas, agudizando deuda y dependencia? ¿De qué otro modo sino nombrando con franqueza la realidad podemos aspirar a transformarla?

 

Más comunidades afectadas y también una mayor conciencia hicieron del 2019 un año de intensa movilización local. Habitantes del área metropolitana salieron a hacer jornadas de limpieza en tres ríos diferentes y marcharon frente a la tala de árboles. A ello se unió una ola de juventudes motivadas por la huelga mundial Global Climate Strike. Tal efervescencia sirvió para convocar a la Red de Emergencia Climática, detonar los Diálogos Comunitarios Coloca Tierra, conformar el Consejo Ciudadano del Agua y la Red de Sostenibilidad, por mencionar algunos esfuerzos de articulación, cuyos actores se congregaron en el Festival Tierra Viva,  poco antes de marzo 2020.

 

Estas experiencias nos enseñaron que éramos más de los que pensábamos y teníamos mayor capacidad de la que creíamos. Que ya estábamos haciendo mucho. Que más que relevo se necesitaba una alianza intergeneracional, que el cuidado de las relaciones humanas en el activismo es también ecología, y que aunque estábamos deseosas y deseosos de colaborar también se sentía cansancio de chatitis, reunionitis y planes llenos de buena voluntad pero sin estrategia ni continuidad. Que sobraban experiencias fallidas y faltaba paciencia. Que bastaba un pequeño atorón en los procesos de articulación para caer en desánimo y que cada quien jalase para su molino. Aún así, parecía gestarse lentamente algo diferente.

 

El “modo pandemia” paralizó la fuerza de estos encuentros como paralizó casi todo lo demás, con excepción de las llamadas actividades “esenciales”, una de las cuales- la construcción- continuó deteriorando el entorno a mayor velocidad. El desarrollo inmobiliario Tierra Noble amenazó las microcuencas del oriente y Punto Olivo los cerros del sur, ante los impotentes ojos de una ciudadanía confinada. En el repliegue hacia el mundo digital, sin embargo, se catalizó la creación de un frente común que en lo presencial había sido difícil lograr. La conformación espontánea de una Red de defensa territorial permitió encontrar en la defensa un camino común, donde lo que hacíamos aislados podía tener mucho mayor impacto si lo hacíamos en conjunto. También dejó ver que en la adversidad nos une más de lo que nos separa. Pero sobre todo que teníamos condiciones para actuar coordinadamente.

 

La Agenda Agua y Clima Querétaro 2021, generada en diciembre de 2020, es una herramienta de coordinación a partir de la cual 31 organizaciones y colectivos articulan sus acciones en estrategias, ejes y líneas operativas.

 

¿Qué estrategias?

  • Conciencia y cambio cultural ecológico.
  • Vigilancia, rendición de cuentas y participación.
  • Capacidades autogestivas para la transformación.
  • Colaboración y trabajo en red desde la complementariedad.

¿Cuáles acciones?

 

Las que hay. Es decir, no enlistamos nuevas ideas proyectadas a futuro, que  no se sabe quién, cómo y cuándo va a cumplir; sino la convergencia estratégica de las agendas que cada quién tiene en marcha. Acciones que mapeadas en cuadrantes basados en el territorio y sus relaciones, resultaban complementarias.

 

¿Cuáles actores?

 

Agrupaciones ocupadas explícitamente en la acción ecológica, como Kauyumari, Iniciativa Querétaro, Libre  Bordo, Xymbionte, Fridays For Future, Ambientalistas del Centro, H2Qro, Reforestemos Querétaro, Tierra Negra, Hagamos Composta, por mencionar algunos. También espacios culturales comunitarios, como La Otra Bandita, Casa Verde, Verbos y Vibras. Grupos de divulgación de arte y saber, como el Colectivo Motus, Querétaro Se Diseña, el Circo Social Universitario, el Centro Regional de Capacitación en Cuencas, Bajo Tierra Museo y colectivos que trabajan con la expansión de conciencia, como Casa Xantuario, Xantolo o Red Evolutiva. Básicamente cualquier grupo con prácticas alineadas a los principios éticos de congruencia, visión crítica, inclusión, integridad,  cohesión, y sin antecedentes de Green Washing.

 

El agua, cuyo manejo atraviesa todos los procesos urbanos y entramados ecosistémicos, es el eje rector de la agenda, pues además de estar en el centro de la crisis climática está en el corazón de la convivencia humana en su dimensión vital y simbólica. No es “el tema ambiental”, finalmente, sino la supervivencia misma de las comunidades humanas la que se juega con la emergencia climática.

 

En su ejecución la agenda tiene tres intenciones prácticas. Uno, potenciar; es decir, fortalecer las acciones existentes dentro de cada colectivo. Dar visibilidad y apoyo a lo que ya se está poniendo en marcha. Por ejemplo, las limpiezas de lirio en el Batán organizadas por México Lindo y Qué Limpio, las siembras comunitarias en Zona Viva o las limpiezas del Cimatario organizadas por Guerreros Guardianes. Los talleres, festivales o procesos de denuncia ciudadana.

 

Segundo, pasar de acciones dispersas o aisladas a un frente común. El distintivo de la Agenda permite identificar las actividades que cada colectivo elige asociar a ella. Cuando ves el sello, sabes que esa iniciativa, que es de un actor en particular, forma parte de un esfuerzo colectivo enfocado hacia el interés compartido de amor por la vida y voluntad de cuidado de la casa común. Cada mes, el Newsletter “Articulemos” socializa, vincula y promueve las agendas de los integrantes.

 

Tercero, generar alianzas. Los enjambres son sesiones de trabajo donde los colectivos pueden hacer propuestas de acciones concretas que para echarse andar requieren de un esfuerzo colectivo, como prevenir y atender los incendios provocados. Es ahí, donde la interacción puede convertirse en nuevas propuestas. Es el caso de la Caravana Itinerante, el encuentro de Saberes Querétaro Inteligente o la mega Reforestación comunitaria, proyectos actualmente en curso.

 

 

Cada esfuerzo tiene su propósito y su contexto. A diferencia de la Agenda Ambiental que se presenta en periodo electoral a aspirantes de cargo popular para asegurar la calidad de sus propuestas, esta Agenda no es una propuesta que busque ser acogida por actores políticos en gobierno o en campaña. Es distinta también a otras agendas de exigencia que marcan caminos a seguir para salir del estado de crisis, como la agenda ciudadana del agua y el clima para la Ciudad de México. Es más bien una forma de articulación para el fortalecimiento interno de la sociedad civil organizada. Un espacio de interlocución que empieza por conocernos, vincularnos, complementarnos, sin sobre esfuerzo, en lo que ya tenemos, y que pone sobre la mesa herramientas de colaboración con potencial para abrir tantas puertas como quieran abrirse.

 

La agenda llegó con claros precedentes. Muchos esfuerzos previos para unir fuerzas. Algunos espontáneos pero efímeros, otros continuos pero desgastados. Algunos funcionales pero en grupos reducidos. De ahí sus muchos retos. Los  viejos, como el de la cooptación habitualmente utilizada para desarticular la lucha por el territorio o el recelo dentro del entorno activista, en particular ambientalista, por las actitudes “protagónicas” y la pesca de recursos con proyectos ajenos sin dar créditos ni compartir financiamientos. Prácticas lamentablemente incrustadas en el escenario local. También los nuevos. La posibilidad de desacuerdo entre posturas ampliamente diversas de sus integrantes. El sentimiento generalizado de sobre saturación que reduce la disposición de los colectivos a colaborar en aquello en donde no vean recursos sostener su labor. La falta de continuidad que es siempre talón de aquiles de las iniciativas colaborativas.

 

Este esfuerzo local emergió de entre los muchos desafíos que nos trajo 2020, y que nos da esperanza para el 2021. En las interacciones que se gesten están las mayores posibilidades de esta agenda. En las relaciones de reciprocidad y de confianza. En la participación y el uso de sus mecanismos. En los nutrientes que cada organización o colectivo decida poner a esta apuesta colectiva. Hagamos tejido con esta particular oportunidad que nos regala el presente.

 

Conoce la agenda en: https://bajotierra.com.mx/bt/agua-y-clima-2/

 

 

Escrito por Alejandra Molgado y Claudia Romero

Bajo Tierra Museo