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Desde “Piquetote”, viajero

Al tiempo de caminar por la vida, me encontré haciendo fila para recibir mi inoculación contra el Covid-19. Derivado de la intención del ejecutivo federal de regresar a clases, la vacunación de docentes y personal relacionado con las escuelas ha sido la prioridad sanitaria en las últimas semanas. En mi caso y tras la incredulidad inicial supe que ya había sido registrado por un tercero para recibir la tan codiciada inoculación. Admito que inicialmente tuve las clásicas dudas relativas a la seguridad del prototipo de vacuna que me iban a aplicar. De igual manera la idea de llegar, formarme y no saber cuánto tiempo iba a esperar y más aún, no saber si iba a alcanzar vacuna eran pensamientos que rodaban por mi mente constantemente, mellando mi voluntad para asistir a la cita.

 

Al final llegué un poco antes del medio día a los lindes del World Trade Center (WTC) de la Ciudad de México. El bullicio era evidente, los destinados a vacunación llevamos acompañante –unos llevaron más de uno- previendo alguna reacción secundaria. En las escaleras de un costado del WTC, cita en mano nos formamos para ingresar en nutridos grupos de personas. Una vez adentro pude identificar personal de la Secretaría de Marina –quienes vigilaban el orden-, personal del Gobierno de la Ciudad de México y los llamados servidores de la nación eran quienes cumplían la función de staff principal. Jóvenes médicos, asumo los que están en servicio social, se veían atareados y ajetreados yendo de un lugar al otro en sus batas blancas con el logo bordado de su universidad o escuela.

 

La fila era una especie de serpiente domada por medio de altavoces y gritos de parte del staff. La serpiente se desplazaba continuamente, a veces más recta a veces más intrincada, a veces rápido a veces lento. La persona inmediatamente a mi espalda no sabía guardar la sana distancia, varias veces tuve que doblar mi codo, levantar mi brazo y ampliar el compás de mis piernas para marcar un mínimo de distancia. Al final de la serpiente que con ritmo y un poco de imaginación terminé comparando con una animada fila de Conga –de esas que obligadamente pasean entre las mesas de toda boda- llegué al área donde se realizaba o cotejaba el registro de los asistentes. Entre un sinfín de mesas y sillas procurando guardar la sana distancia, una amable joven me tomó mis datos y repitió la hoja de registro que el gel que me dispensaron al entrar al sitio manchó. Tras confirmar mi curp, nombre, edad y alergias pude regresar a la fila de conga, que en esta ocasión rápidamente me llevó a una gran área de sillas separadas con sana distancia, acomodadas en columnas de 5 sillas cada una. Esperé. En grupos de diez personas avanzamos al área de inoculación. En dicha área había muchas estaciones que se componían de: 10 sillas alrededor de una mesa, en la mesa se encontraba la hielera portátil con las vacunas, el equipo médico y dos profesionales de la salud -en mi caso dos enfermeras-, una nos dio detalles sobre la única dosis que recibiríamos mientras la otra nos enseñó que el equipo a usar era estéril y nuevo. Mientras la primera nos indicaba no beber alcohol en las siguientes 48 horas, la segunda empezó a preparar las inyecciones. Una aplicaba, otra preparaba. Varios de los asistentes, tanto en mi estación como en otra, sacaban su celular para grabar o tomar foto del momento exacto en que eran picados en el brazo. Vaya escena.

 

Tras escuchar “Piquetote” en los labios de la enfermera, sentí la clásica aguja entrar en mi brazo e inmediatamente tuve que detener el algodón con alcohol que la atareada mujer dejó en mi brazo izquierdo. Minutos después de la inoculación de las 10 personas presentes pasamos al área de observación. Ahí nos tuvieron varios minutos y nos indicaron que en caso de sentirnos mal levantáramos la mano para recibir atención. En dicha área coincidimos muchas personas provenientes de las muchas otras estaciones de vacunación. El responsable en turno nos siguió dando detalles de los cuidados a tener los próximos días, mientras a lo lejos vi a una chica joven siendo llevada en silla de ruedas al área que nos señalaron para atender a todos aquellos que se sintiesen mal tras la aplicación de la vacuna. Minutos más tarde y tras la clásica revisión del celular –que perdería al día siguiente- nos dejaron salir, comprobante de vacunación en mano. Consulté mi reloj y exactamente se cumplía una hora. La eficacia y eficiencia siempre se agradecen.

 

A lo largo del resto del día me sentí ligeramente atontado, al día siguiente sentí una ligera molestia en el brazo, pero nada más. Algunos colegas me han dicho que tuvieron efectos mayores hasta el tercer día, hasta ahora la molestia más grande ha sido avisar y recuperar contactos perdidos en mi desaparecido celular.

 

Escrito por Erick Aguilar

Aprendiz de ser humano, viajero en capacitación, bibliófilo consumado y sociólogo consumido

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