Al tiempo de caminar por la vida, me encontré recordando mis andares en la frontera norte, específicamente en la ciudad de Tijuana. Recuerdo haber llegado a ese aeropuerto fronterizo y haber sido recibido por un enorme letrero de Tecate que servía de mampara para ocultar la reja que separa los dos países, no así una población. Me explico: al llegar allá tuve la fortuna de ser recibido, hospedado, alimentado, agasajado y paseado por uno de esos maestros que la vida te pone para enseñarte a ser un buen profesionista y un mejor ser humano. Mi profesor-guía-anfitrión me explicó que Tijuana tiene la característica de formar una unidad con San Ysidro –la población espejo del lado de Estados Unidos.
Por unidad mi profesor se refería a que las personas van de un lado al otro sin menoscabo de estar cruzando fronteras meramente imaginarias. Uno perfectamente puede trabajar en San Ysidro –la paga es en dólares- y llevar a sus hijos a escuelas de Tijuana –las colegiaturas son más baratas en pesos. Uno puede comparar medicinas en Tijuana –más barato- y hacer el super en San Ysidro –más variedad y más barato. Es decir, lo que muchos entendemos como dos mundos diferentes divididos por una frontera, para los que ahí viven significa sólo unos cuantos minutos de fila en la línea –el punto fronterizo de control. Cierto es que Tijuana está pensada para los autos más que para los peatones y quizás es eso –la facilidad del auto- lo que hace más natural el desplazamiento de un lado al otro de la frontera. Sin embargo, el grado de fluida integración del cruce fronterizo en la rutina diaria de los tijuanenses es simplemente sorprendente.
Gringos o mexicanos, güeritos o beaners –maldito adjetivo despectivo que siempre me hace reír en tanto me recuerda mi gusto por los frijoles- son personas que se desplazan, que crean una vida y que adquieren afectos más importantes que lo que es la nacionalidad. Cierto es que el desorden migratorio y la inmigración anómica son fenómenos que el Estado moderno debe gestionar, pero también cierto es que entre la aparición del homo sapiens –aproximadamente hace 120 mil años- y la invención de la agricultura –aproximadamente hace 10 mil años- existen 110 mil años de nomadismo. Es decir, el ser humano es viajero por naturaleza. La migración está en sus genes y en su historia de 110 mil años de existencia. Entre Tijuana y San Ysidro no hay muro fronterizo –ni políticos estúpidos- que valgan para violentar esa unidad descrita y vivida por mi profesor y apreciada por todo aquel capaz de mirar más allá de su ombligo.
Escrito por Erick Aguilar
Aprendiz de ser humano, viajero en capacitación, bibliófilo consumado y sociólogo consumido
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Editado por Resilientemagazine.com