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Desde El Taquito Taurino, viajero

Al tiempo de caminar por la vida, me encontré recordando uno de los tantos sitios emblemáticos del Centro Histórico. No sé si fue el hambre de un día sin hora de comida o quizá fue la nostalgia crónica, el caso es que caí en cuenta que hace tiempo no he ido a comer al Taquito Taurino.

 

Enclavado en el número 69 de la Calle del Carmen, casi esquina con José Joaquín Herrera se encuentra el restaurante más emblemático de la Ciudad de México del siglo pasado. En sus paredes se observan fotos de sus días de gloria. De los días en que el poder político y económico convergían en un solo partido político. Durante mucho tiempo la hora de la comida en el Taquito Taurino era una especie de pasarela de la crema y nata de la sociedad mexicana. En sus varios salones se gestaba una romería con todo y música viva. Pienso que la ubicación cercana al Palacio Nacional y demás centros de decisión contribuyó en gran parte a esto, que no fue sólo la memorable barbacoa y refrescantes tragos.

 

Un collage de retratos en las paredes muestra a una sonriente Marilyn Monroe, a un joven pero ya barbudo Fidel Castro, a toda una dinastía de presidentes y políticos, artistas y personajes del llamado “México que se nos fue”. Incluso hay una bendición papal del entonces Juan Pablo II y es que no muchos saben que en tres de las cinco visitas que el Papa hizo a México fue el Taquito Taurino el encargado de llevar y preparar los banquetes para los protocolarios eventos. Asumo que los banquetes valieron dicha bendición papal.

 

En 2017 el Taquito cumplió 100 años. Sus días de gloria han pasado. Muchos de sus salones no se han vuelto a abrir por falta de clientes. El ambulantaje ha engullido poco a poco su fachada y son pocos los políticos de vieja escuela que aún recuerdan las alegres horas de la comida en dicho sitio. Hoy el lugar luce triste y silencioso. Parece que las cabezas de toro que lo adornan esperan la verbena que nunca más regresara. La última vez que fui a comer ahí, en todo el tiempo que estuve sólo conté dos mesas ocupadas por otros comensales. Me resultó significativo que en una de esas dos mesas estaba el señor Héctor de Mauleón, hombre valiente que en su faceta de cronista de la Ciudad de México nunca deja de sorprenderme con sus historias. Parece que las personalidades no sólo están enmarcadas en las fotos de las paredes sino que muy de vez en cuando unas deciden materializarse.

 

Espero pronto regresar al Taquito y asombrarme, como siempre, con sus fotos de una era no tan lejana…y por fin comprar el libro que los dueños escribieron contando la historia del restaurante.

 

Escrito por Erick Aguilar

Aprendiz de ser humano, viajero en capacitación, bibliófilo consumado y sociólogo consumido

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