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Desde la Isla olvidada, viajero

Al tiempo de caminar por la vida, me encontré con una ficción que se enmarca en esa distópica antología de futuros indeseables como lo son 1984, Un mundo feliz, Fahrenheit 451 y el texto que hoy relato: La policía de la memoria de Yoko Ogawa.

 

Desde hace mucho tiempo quienes me rodean me han dicho que tengo buena memoria, retentiva le solía decir mi abuelo. Nunca lo he creído, quizá por mi dificultad de aprenderme nombres o quizá por mi frustración de no saberme La Iliadade memoria -los antiguos griegos lograban semejante proeza. En todo caso, retengo datos, poemas, frases e información que a fuerza de común uso termino por aprender, como todos. Lo que sí reconozco es que formo parte de ese singular grupo de individuos cuya memoria olfativa es determinante. El olor de crema desmaquillante Pond´s que siempre asocio con mi abuela, el húmedo olor de harina y grasa de máquinas que marcó mi infancia en el amasijo de la panadería la Espiga o el aparentemente clásico aroma de pasto y grava en la exacta proporción que solamente posee Viveros de Coyoacán. Hay toda una serie de aromas que me recuerdan lugares, momentos, personas y por qué negarlo también sentimientos.

 

La memoria como un elemento constitutivo de nuestra persona no tiene discusión, pocas veces nos expondremos a algo tan novedoso cómo desconocido y aún entonces buscaremos asociarlo con algo familiar, con algo ya vivido. Pero, ¿qué pasaría si alguien nos obligara a olvidar? mejor dicho ¿qué pasaría sí desde el inherente poder del Estado, se nos obligara a olvidar objetos como fotografías, esmeraldas, perfumes e incluso animales como pájaros?. En la ficción de Yoko Ogawa la inmensa mayoría de las personas parecen no tener problemas con inmediatamente desechar de su memoria aquello que el Estado les dicta olvidar, sin embargo existen unos cuantos incapaces de olvidar por más que lo intentan. Estos últimos individuos se convierten en una amenaza para el orden establecido y por ende son perseguidos a través de la policía de la memoria.

 

El libro en sí muestra la deshumanización de una sociedad –qué más humano que recordar- pero yo encuentro algo más. El olvido voluntario de principios fácticos, la omisión deliberada de la evidencia empírica -y por lo tanto su olvido- nos lleva a lo que recientemente algunos intelectuales han denominado la era de la posverdad. Los otros-datos, la verdad alternay demás neologismos de reciente creación, no son más que eufemismos que las mentes alienadas buscan para ocultar su muy pequeño intelecto y su enorme ignorancia. Y qué mejor forma de ocultarlas que poniéndolos a la vista de todos, muy al estilo de La carta robada de Allan Poe.

 

Foucault nos enseñó que por más fuerte que sea el opresor, que por más débil que sea el oprimido, esté último siempre tendrá un espacio de decisión, de poder, por más reducido que sea. Por lo tanto, por más posverdad que nos quieran hacer creer, tarde o temprano debemos dar nuestra aceptación para creerla. Por más verdades alternas que nos quieran endilgar, nuestra consciencia debe dar una última anuencia que la acepte. En el texto de Yoko Ogawa, es desesperante el exceso de autoridad y sometimiento de un Estado que obliga a olvidar, pero es más preocupante el acuerdo y conformidad de personas que aceptan ceder poco a poco –mediante el olvido- sus posesiones, sus recuerdos, su humanidad.

 

Recomiendo el texto y más en una temporada en que, el cada vez más cercano, fin de año nos impele a reflexionar y recordar lo vivido en este singular 2021.

 

Escrito por Erick Aguilar

Aprendiz de ser humano, viajero en capacitación, bibliófilo consumado y sociólogo consumido

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