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Desde los lonches y el tejuino, viajero

Al tiempo de caminar por la vida, me encontré una vez más con JJ. Lo conocí hace 5 años en la escuela, compartíamos clases, mesa en el comedor y la misma ilusión de un posgrado. No fue hasta que ambos coincidimos de estancia en Sudamérica cuando nos hicimos amigos. Juntos salimos a buscar tacos en Buenos Aires, cruzamos el río de la Plata, me enseñó lo que era un scalabriniano, recorrimos Montevideo a pie –fue ahí que me di cuenta de su andar ligero y tranquilo-, conocimos la guarida de la garra charrúa, paseamos en auto con Giannina y Christian; y nos reímos hasta el hartazgo de lo que no es el chivito uruguayo. Es evidente que el apodo de JJ se deriva de las iniciales de sus dos nombres como también son evidentes sus rizos que le dan una apariencia aún más infantil a su rostro. No pasará mucho tiempo cuando tras hablar con él uno se dé cuenta de su excepcional claridad mental, de su forma de discrepar que más que contrariar a su interlocutor busca hacerlo pensar/reflexionar. Su hablar como su paso con tranquilos y seguros.

 

En el viaje relámpago que tuve a Guadalajara le avisé a JJ que estaría tres días por dicha ciudad. Inmediatamente me ofreció alojamiento y la obligada chela que nos prometimos cada que uno juegue de local. Llegué un viernes en la tarde-noche, nos vimos en la Plaza Patria. Tras un breve recorrido por la plaza JJ propuso ir por un tejuino a Zapopan. Una vez ahí nos pusimos al corriente de lo que ha sido nuestra vida académica, me sorprendió escuchar sus anécdotas así como la invitación a cenar con sus colegas profesores esa misma noche. La cena me recordó aquella apacible velada en algún boliche de Montevideo donde entre vinos y un exquisito risotto, politólogos y el director del banco central uruguayo le echaban carrilla a dos jóvenes mexicanos. Esta vez no hubo carrilla pero sí un sabroso frutti di mare. Tras cumplir con la formal cena y a manera de sacudirnos la pose institucional, JJ, una de sus amigas y yo fuimos por un informal trago a Tlaquepaque. La velada duro hasta más allá de las 2 am. hora en que JJ me dejó en la clásica casa del primo del amigo que amablemente decidió hospedar a un desconocido de la Ciudad de México.

 

El sábado desde temprano me alisté para salir a recorridos de campo que durarían todo el día. Ya en la noche, a eso de las 9.40 pm, con hambre y sin haber revisado el teléfono celular vi un mensaje de JJ “Estaré libre hasta las 9.30 pm, ¿cenamos?” 15 minutos después ambos estábamos corriendo entre la lluvia hacía Lonches Amparito, los que están por Avenida Terranova. En medio de la cena decidí marcarle a Pavel, un amigo mutuo de San Luis Potosí, y junto a JJ los emplacé a que cuando vengan a la Ciudad de México obligadamente hagamos un asado. Al acabar de cenar decidimos ir a un lugar donde no hubiera tanta gente, pero en el que pudiéramos tomar una cerveza y seguir con la charla y risas.

 

Cuando nos despedimos en la madrugada, hubo un entendimiento tácito de que el domingo en la mañana sólo tendría tiempo para hacer un último recorrido de campo e inmediatamente tomar camino de regreso a casa. Nos despedimos sin mayor ceremonia y quedamos en el entendido de vernos para ese asado acordado…espero no pase mucho tiempo para hablar de él y volver a mencionar a Pavel y JJ en estas páginas.

 

Escrito por Erick Aguilar

 

Aprendiz de ser humano, viajero en capacitación, bibliófilo consumado y sociólogo consumido

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