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Desde la Cuarentena 2ª parte, viajero

Al tiempo de caminar por la vida, me encontré, al igual que millones de personas en todo el mundo en cuarentena. El pasado martes 24 de marzo el gobierno declaró el inicio de la segunda fase, de las tres existentes ante la pandemia de Coronavirus (Covid-19). Dentro de las medidas de dicha fase se encuentran: i) cuidar a grupos de riesgo –como adultos mayores-, ii) suspender clases, iii) suspender eventos de más de 100 personas… y muchas otras medidas que desde varios días antes distintos sectores de la sociedad civil ya habían implementado.

 

Mientras que el domingo 22 de marzo el ejecutivo federal, a través de un video muy campechano declaraba “No dejen de salir, todavía estamos en la primera fase” varios ya habíamos tomado las previsiones que el aislamiento social que se lleva a cabo en distintos países precisa. El tempo del ejecutivo federal va muy por detrás -por decir lo menos- de lo que necesariamente implica el enfrentar la actual contingencia sanitaria. Si algo ha quedado claro de este gobierno es su compulsión al control y su rechazo a cualquier tipo de contrapeso con el fin de ejercer plenamente su autoridad –que a falta de los ya mencionados contrapesos se convierte en autoritarismo. Ante la actual emergencia me pregunto ¿dónde está esa autoridad que ha llevado a sistemáticamente neutralizar los contrapesos? El actual escenario se asemeja al autoritario padre de familia que no sólo le grita y casi corre de la casa al hijo que llega con alguna perforación en la oreja o labio. Pero el día en que el ya mencionado hijo choca el auto en estado de ebriedad ese mismo padre guarda silencio y se encierra en una exasperante pasividad. Las reacciones del autoritario –y acomplejado- padre no se corresponden en gravedad y coherencia en ninguno de los dos casos.

 

Así, el actual gobierno forma parte no sólo de una particular cultura paternal, sino de un sistema político –aquel formado por reglas informales- cuyo ejecutivo federal es tradicionalmente controlador pero que en momentos límite como los pasados sismos del 19 de septiembre –de 1985 y de 2017- da palos de ciego y termina en perplejidad al ser rebasado por la organización de la sociedad civil.

 

Hoy, una vez más se cumple la máxima que reza “Es en los momentos extremos cuando vemos lo mejor y lo peor del ser humano”. Así, veo dos extremos opuestos, de un lado están los saqueos a centros comerciales organizados desde las redes sociales, las declaraciones al estilo el coronavirus es enfermedad de ricos…“los pobres estamos inmunes (sic)” –dicho por un gobernador poblano de poca monta-; y demás maromas políticas propias de lo más censurable del ser humano. Pero en el otro extremo veo las acciones responsables por parte de la sociedad civil y convocatorias de unión y de respeto a la cuarentena; y quizá lo más valioso de todo veo –bajo distintas manifestaciones- el humor necesario para afrontar lo más dignamente la contingencia. Esa risa que es la característica primaria de los que han de quedar al final y que Silvio enuncia como sigue:

 

Al final del viaje comienza un camino
Otro buen camino que seguir descalzos
Contando la arena, al final del viaje
Estamos tu y yo, intactos

 

Quedamos los que puedan sonreír
En medio de la muerte, en plena luz
En plena luz, en plena luz

 

Y entre esos dos extremos van transcurriendo los días delante de mi ventana en un sexto piso de un edificio cualquiera de la Ciudad de México.

 

 

Escrito por Erick Aguilar

Aprendiz de ser humano, viajero en capacitación, bibliófilo consumado y sociólogo consumido

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