Sabemos que la sociedades se mueven más rápido que los sistemas educativos. En la mayoría de ocasiones, es necesario generar grandes reformas educativas para sincronizar las realidades sociales con el portafolio de conocimientos y competencias provistos por las escuelas y universidades. Esto significa que es necesario realizar ajustes constantemente para lograr que los estudiantes, niños y adolescentes, puedan enfrentar de mejor manera los problemas cambiantes que enfrentan. Sin embargo, los cambios educativos suceden a paso lento. Mejor dicho, las sociedades se mueven y cambian muy rápido.

Sabiendo que lo segundo es incontrolable, es decir, que no es posible reducir la velocidad con la que las realidades sociales se alteran y transforman, solamente nos quedan dos posibles respuestas a la constante de-sincronización mencionada: agilizar los procesos y reformas educativas, lo cual solamente reduciría el problema; o bien, podemos generar procesos de educación en donde los estudiantes, niños y jóvenes, se conviertan en agentes de cambio, quienes no solamente puedan adaptarse a los cambios sociales sino que sean ellos mismos los que generen las transformaciones de las realidades del mundo.

Quizá el filósofo John Dewey tenga razón cuando dice que la pregunta correcta no es si la educación es necesaria para la formación de la sociedad sino si ésta es capaz de hacerlo con valentía y responsabilidad. Y esto significa preguntarse si la educación que reciben los jóvenes del mundo está diseñada de forma valiente, capaz de adaptarse de forma orgánica, integrando nuevas metodologías y procurando el bienestar de la sociedad, o no lo está. La educación, bien lo dijo Dewey es un instrumento para el cambio social y no para el estatus quo. Por lo menos debe ser así si lo que deseamos generar son agentes que no solo comprendan los cambios sino sean ellos, la semilla del cambio.