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Desde  el Susto, viajero

Al tiempo de caminar por la vida, me encontré buscando cartera y zapatos tras alarmarme con la alerta sísmica de la Ciudad de México. El pasado martes 23 de junio a las 10.30 am un sismo de 7.5 grados Richter sacudió, una vez más, el centro de nuestro país. El momento fue singular, en medio de la rutina matinal o quizá en medio de una videoconferencia, o incluso mientras uno dormitaba, los altavoces de la alerta sísmica comenzaron a sonar con su particular –y para muchos- doloroso chillar. Repliegue, evacuación o un instintivo “Sálvese quien pueda” se adueñaron de la conciencia de cada uno de los habitantes de la Ciudad de México. Tras casi un minuto de escuchar la alerta sísmica y estar a resguardo pensé que el sismo ya había pasado, me sentí un poco tonto por creer que el sismo de 2017 se repetiría, me sentí aliviado al notar que no había sentido el sismo…y entonces todo empezó a moverse. Las lámparas colgantes, las persianas y todo lo que hay en este sexto piso comenzaron a bambolearse rítmicamente. Una mano apretaba mi brazo y mis oídos escuchaban murmullos de una vieja oración en labios de una joven mujer. Ahora sé que no fui el único en preguntarme interiormente “¿En qué momento se va a caer este edificio? Ojalá alguien reconozca mi cuerpo”

 

Afortunadamente el sismo fue sólo un susto para la inmensa mayoría de quienes vivimos en la Zona Metropolitana del Valle de México. Afortunadamente no hubo grandes cortes eléctricos, ni interrupciones del servicio telefónico y de internet. Afortunadamente los cuatro helicópteros que por protocolo las autoridades hacen sobrevolar la ciudad tras un sismo –los llamados cóndores- no encontraron daños. Afortunadamente estamos vivos.

 

Como buenos mexicanos, solidarios ante la catástrofe, varios empezamos a enviar reportes de “Todo bien en la colonia tal”, “Norte de la Ciudad bien”, etc. Y poco a poco nos fuimos enterando del grado del sismo, del estado de nuestros seres queridos, de que sólo fue un susto más en esta antología de hitos históricos llamada Año 2020. Al final, lo que nos ayuda a tragar el susto y seguir con nuestra pandemia, con nuestro desempleo, con nuestra incertidumbre respecto al futuro y con nuestro pésimo ejecutivo federal son los ingeniosos memes que trocan la ansiedad por una carcajada visceral que nos hace respirar profundamente y llenar nuestros pulmones no sólo de aire, sino de vida…y mientras haya vida, hay esperanza.

 

Mi abuelo siempre me daba un bolillo después de un susto fuerte. Hoy prefiero un buen caballito de mezcal para brindar no sólo por mi abuelo y su estoicismo culinario, sino para sentir ese áspero gusto en la boca y simbólicamente celebrar la vida…con todo y sus asperezas, sus pandemias y sus sustos. Salud.

 

Escrito por Erick Aguilar

Aprendiz de ser humano, viajero en capacitación, bibliófilo consumado y sociólogo consumido

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