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Desde el chacoteo, viajero

Al tiempo de caminar por la vida, me encontré recordando mis tiempos universitarios. En particular la vez que me tocó hacerla de “locutor” de radio –por describirlo de alguna forma. Recuerdo que tras un día en la facultad, un par de amigos y yo decidimos ir a cotorrear en compañía de unas cervezas a casa de uno de ellos. La tarde se convirtió en noche y a eso de las 10 pm nuestro anfitrión se paró del sillón de la sala donde nos encontrábamos. En plena apuración decía algo así como “Ya me van a pasar la señal y no estoy listo”. Mientras prendía su computadora y acomodaba sus audífonos nos explicaba que pertenecía a un grupo de locutores amateur de una estación de radio por internet que cada hora y media se hacían una especie de relevo con el fin de nunca dejar desatendido el micrófono. Entendí que sus compañeros locutores podían estar en otros estados de la República incluso países de habla hispana y que con la magia de la tecnología sólo era cuestión de hacer un clic para que de muy lejos le cedieran el micrófono a mi amigo.

 

Una vez en lazado mi amigo comenzó su turno; hablaba con quien fuera estuviera del otro lado del monitor, en ese gran mar de internet. El auditorio le solicitaba canciones a través de una especie de chat y mi amigo, ahora convertido en locutor, las bajaba de Napster–la referencia obscura va con dedicación a los millenials– y le daba play para complacer al público.

 

A mitad del programa, mi otro amigo y yo fuimos presentados al auditorio y entre los 3 y con sólo un micrófono estuvimos chacoteando al aire muy al estilo Olallo Rubio u Orbita 105.7 –una más para mis queridos millenials. Bueno; el punto cúspide de nuestro desmadrefrente al micrófono llegó cuando después de unas cuantas botellas extras de cerveza algún radioescucha califico mi voz como sensual. Lo anterior dio para nutrir las ya fuertes risas y comentarios de la última parte del programa.

 

Tras una hora y media de música, cábula, cervezas y encimarnos uno sobre otro por el único micrófono que había, nos despedimos y fue así que inició el romance de subterfugio que a la fecha tengo con la radio. Ahora sólo me limito a ser radioescucha ya que no he encontrado una estación que permita acompañar el micrófono con una bebida más espirituosa y sin cafeína…claro, tampoco la he buscado.

 

Escrito por Erick Aguilar

Aprendiz de ser humano, viajero en capacitación, bibliófilo consumado y sociólogo consumido

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