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Desde el Ex convento de Culhuacán, viajero

Al tiempo de caminar por la vida, me encontré sorteando los malos modos y peores actitudes de aquellos que tienen a su cargo el acceso a una joya colonial: El Ex convento de San Juan Evangelista, mejor conocido como el Ex convento de Culhuacán en la emblemática Iztapalapa, al oriente de la Ciudad de México.

 

El sitio está rodeado del bullicio de los comercios, de la tensión de la zona caliente de narcomenudeo, del tráfico de la Avenida Tláhuac. El Ex convento es vecino del paso elevado de la línea dorada del metro y del adefesio arquitectónico que unos nombran Nuevo Kiosco de la plaza del pueblo y que no es más que un círculo sostenido por desnudas columnas de concreto. El Ex convento está ahí, como un viejo huraño retraído en sí mismo, en sus muros. Un viejo que no se mete con nadie y deja que la vida y la modernidad cambien todo menos a él. Este viejo -como todos los viejos- tiene mil historias que contarnos a la menor provocación; basta con tan sólo dedicarle una mirada para que se nos acerque y nos empiece a hablar de su estanque y embarcadero colonial, de su molino de papel, de su manantial que por siglos dio de beber al pueblo de Culhuacán, de sus murales y frescos pintados por manos indias pero de inspiración europea, de sus costras de piedra volcánica distribuidas de forma barroca, de sus padres franciscanos y de sus entenados agustinos. Y es que, ¿qué no ha visto este lugar desde su nacimiento en 1560?

 

Su emplazamiento no es menor, ya que el sitio se erige en donde el pueblo colhua floreció. Aquellos cuyo origen, según los estudiosos, data del 600 d. C. en su momento fueron vistos como uno de los pueblos más sabios de todos los que vivían en la Cuenca del Valle de México. A la llegada de los españoles y de su religión, se eligió este lugar para iniciar con la evangelización de la zona. Posteriormente, cuando fue necesario edificar un convento el criterio de selección siguió siendo el mismo: el espacio del pueblo culhua dio lugar al pueblo de Culhuacán con todo y convento.

 

Reitero, al día de hoy el sitio guarda un bello museo de sitio, unos patios interiores apacibles y sí, también algunos guardias que sirven de correas de transmisión para la amargura que todo viejo guarda por el simple hecho de verse inmerso en un mundo ajeno al que lo vio nacer.

 

Escrito por Erick Aguilar

Aprendiz de ser humano, viajero en capacitación, bibliófilo consumado y sociólogo consumido

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Fotografía: INAH