Al tiempo de caminar por la vida, me encontré a unas horas del 14 de febrero. En efecto el 14 de febrero es una fecha que desde la preparatoria –o desde que uno comienza a interesarse en el sexo opuesto- se vuelve relevante. Globos, regalos, cartas e incluso memes empiezan a surgir entre los distintos sitios de la ciudad por donde paso. Es interesante ver la forma en como el plena Ciudad de México se vive este día.
Hace algunos años una amiga me compartía una observación mordaz sobre la festividad “…si bien el 14 es para la pareja, el 15 debería ser consagrado al amante.” Su indicador: la tremenda cantidad de autos que entran y salen los días 15 de ciertos escondites de paso. Esa otra cara de las relaciones humanas, que se resume en un amor subterfugio o de contrabando es un área gris entre el amor y la tentación; entre el deseo y la ternura; entre la fugacidad y la costumbre.
No estoy lo suficientemente viejo para definir lo que son pero tampoco soy lo suficientemente joven para ignorar sus puntos más esenciales. Los amores de subterfugio precisan entre otras muchas cosas de hacer de la máxima “callar no es mentir” un principio de vida, implican una agenda bien ordenada, naturalidad en la frialdad y quizá lo más importante de todo precisan de tener plena conciencia de que en cualquier momento todo puede estallar. Álvaro Ricardo lo canta de la siguiente forma:
…¿Por qué será, por qué será
Que los amores prohibidos
Nos pegan fuerte cuando se terminan?
Será porque hay que aguantar
En silencio la herida
Disimular frente a la gente…
Para mí no hay héroe más trágico que aquel que apuesta todas sus fichas a uno de estos amores. Quizás ellos y ellas pertenecen a esa rara especie que, literalmente, arriesga todo en aras de un imposible…no lo sé.
Escrito por Erick Aguilar
Aprendiz de ser humano, viajero en capacitación, bibliófilo consumado y sociólogo consumido
