Al tiempo de caminar por la vida, me encontré entre mojigangas y bellos vestidos rojos. La mojiganga es una danza carnavalesca que se acompaña con grandes botargas, música y bailarines disfrazados de personajes típicos, incluso surreales. Las mojigangas más populares de nuestro país se dan en los estados de Morelos (Zacualpan de Amilpas, Tehuixtla), Veracruz y Jalisco. Y bueno los vestidos rojos delinean el talle de bellas mujeres quienes asemejan flores y pueden o no, moverse al compás de la estridente y festiva música.
Cada cierto tiempo me gusta rememorar una parte de la gran riqueza cultural de nuestro país asistiendo al Ballet Folklórico de Amalia Hernández. Cómo siempre el telón de la sala principal del Palacio de Bellas Artes es un deleite a la vista. Su bello panorama del Popocatepetl y el Iztaccihuatl –elaborado por la casa Tiffany en casi un millón de cristales de ópalo- es el fondo ideal para ver un clásico de la danza mexicana. Hay que recordar que la señora Amalia Hernández fundó el Ballet en 1952 a partir de documentar, estudiar y apreciar los bailes locales de diferentes regiones de nuestro gran país. El impacto nacional e internacional que ha tenido la difusión de nuestros bailes típicos es innegable.
Cada temporada el Ballet modifica su puesta en escena pero no pierde su esencia: compartir un poco de la fiesta de colores, bailes y música que hay en nuestros 2 millones de kilómetros cuadrados de país. En esta ocasión, las percusiones y los músicos fueron ubicados en los palcos de la sala. El sonido fue impresionante cuando a un mismo ritmo músicos y bailarines coordinaban sus percusiones y pasos respectivamente. Al final del espectáculo tras ver la cantidad de bailarines que salen al escenario, uno es capaz de dimensionar todo el trabajo que hay detrás de este espectáculo de talla internacional. Al salir de la sala me gusta ver discretamente las caras de asombro y gusto de mujeres y hombres de otras latitudes que en sus idiomas intentan expresar la maravilla que atestiguaron. Viva nuestra cultura, el verdadero combustible de nuestro país.
Escrito por Erick Aguilar
Aprendiz de ser humano, viajero en capacitación, bibliófilo consumado y sociólogo consumido