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Desde nuestros viajes, Viajero

Caminando por la vida me encontré con el texto que una persona me envió. A manera de agradecimiento por la confianza y por sus líneas cedo el espacio de hoy y disfruto de sus viajes, mis viajes, nuestros viajes:

 

Desde mis tiempos de infancia recuerdo haber experimentado cierto gozo por viajar. Los primeros recuerdos que tengo de un viaje provienen de vacaciones en familia en la playa. Aún tengo registrado en mi mente ciertos paisajes de la vieja carretera Cuernavaca-Acapulco, misma que recorríamos en un Wolkswagen conducido por mi padre. Más tarde, probablemente durante el periodo de la primaria, por alguna razón, me resultaba desagradable viajar al entonces llamado Distrito Federal. Es cierto de los hermosos paisajes boscosos que hay en la carretera libre Cuernavaca-México, más bien, la parte que me causaba cierta incomodidad era el ambiente de la parte norte de la ciudad, donde mi olfato provinciano detectaba olores diferentes, así como basura, casas y autos en exceso. Poco tiempo después, disfruté de viajar al pueblo de mis abuelos. Fue cuando ví por primera vez el río Cutzamala, pues para llegar al poblado de Salguero había que cruzar el puente que lo conecta con Ciudad Altamirano. Fue gracias a los relatos de mi abuelo que conocí la majestuosidad que alguna vez tuvo el cauce, temeroso en tiempos de “crecidas”, lugar de diversión para nadar y fuente de alimento para los pobladores aledaños. En éste punto geográfico, mientras contemplaba la belleza de la bóveda celeste tuve la fortuna de observar una “estrella fugaz”.

 

Otro destino durante mi infancia fue Guanajuato, a decir verdad, algo enigmático tuvo esa ciudad. La visité tal vez un par de ocasiones, pero fue suficiente para regresar a mis 19 años y estudiar en la Universidad del Estado. Fue en el periodo de joven universitaria cuando reafirmé mi gusto por los viajes y la adrenalina que me causaba el pisar la carretera. Fueron muchos los kilómetros recorridos, siempre acompañada de un grupo de amigos que se convirtieron en hermanos. Todo inició en aquel primer viaje a Dolores Hidalgo, cruzando la sierra de Santa Rosa, precisamente era la celebración del 16 de septiembre y que mejor lugar para pasarla que ahí, en donde nuestra historia institucional relata la anécdota del grito de dolores. Así, durante cuatro años, el mínimo pretexto bastaba para tomar una mochila al hombro, teniendo unos cuantos pesos en la bolsa. Nos hicimos expertos en montar la casa de campaña y en llevar los víveres suficientes, encender la fogata por las noches y turnarnos para hacer guardias. Un viaje que recuerdo en particular fue cuando visitamos la Barranca del Cobre, en Chihuahua. Representó todo un reto llegar de “aventón”, siendo que éramos un grupo de seis amigos, con una apariencia no muy confiable -cabello largo, barba y jeans. Eran largas las charlas y pocas horas de descanso, éramos nada en la inmensidad de la sierra, sin embargo, nuestros pasos por la carretera nos hacían sentirnos invencibles.

 

Los viajes que siguieron, bajo la misma dinámica, nos llevaron a varios estados del país incluso a Centroamérica. Por fortuna, no hubo experiencias desagradables. Tuvimos la oportunidad de conocer a muchas personas que tal vez jamás volvimos a ver, pero nos ofrecían su confianza al permitirnos subir a su auto, camioneta o tráiler, y hasta compartir un pedazo de pan, bastaba con levantar el pulgar y hacer contacto visual. Probablemente fueron los últimos días en los que tuvimos un país en el que se podía viajar con tranquilidad. En los años subsiguientes, los compañeros y el modo de viajar dieron un giro, hubo que tomar distintas rutas. Confío que en algún punto del camino he de coincidir nuevamente con ustedes.

 

Linda Yáñez

Gracias a mis padres, por la libertad del ser de su hija.

Los amo