Al tiempo de caminar por la vida, me encontré saliendo de uno de mis bares preferidos de la calle de Regina, en el Centro Histórico. En mi camino me crucé con varios ciclistas y personas cargadas con imágenes de la Virgen de Guadalupe, fue así cómo caí en cuenta de que al día siguiente era 12 de diciembre: Día de la Virgen. Como todo mexicano –y por ende católico cultural- dicho día es un hito. La primera vez que fui consciente de la magnitud del evento recuerdo que estaba en las ventanas del restaurante giratorio de la Ciudad de México. Como niño no pude evitar asombrarme al ver desde las alturas las pequeñas figuritas de peregrinos que caminaban por las principales avenidas en dirección a la Basílica de Guadalupe.
Algún otro año mi madre y yo asistimos como simples curiosos a la romería nocturna que desde el 11 de diciembre se empieza a gestar tras pasar la plaza Garibaldi en dirección a la Villa. El folklore de ver bicitaxis, motos, bicis, peatones y hasta autobuses arreglados esmeradamente con motivos guadalupanos es inigualable. Avenidas como Tlalpan, Insurgentes, etc. se vuelven una especie de Camino Amarillo que en vez de llevar hacia un mago de Oz llevan hacía una de las principales artífices de milagros de este lado del planeta.
Con el tiempo me ha quedado constancia de la devoción que en el continente Americano se le profesa a la Virgen de Guadalupe. No hablaré de la cultura chicana/pocha que en Estados Unidos devotamente ilustra sus barrios, esquinas y hasta vestimenta con la Guadalupana y el Escudo Nacional; en cambio prefiero hablar de ese pequeño nichito que mis queridos Roque y Lidia le tienen a la Guadalupana en una repisa de su comedor, allá en Caballito, Bs. As. Prefiero recordar la emoción contagiosa de Angelita cada vez que hablaba de la Virgen con su particular acento Colombiano de Antioquia, o bien la simbólica manera que mi buen amigo Robert tiene de nombrar a la Virgen tras haber andado más de medio mundo: la Chief.
En fin, aún sigo asimilando lo visto tras salir del bar, cuando al borde de las 12 de la noche, desde las ventanas de mi sexto piso empiezo a ver cómo se ilumina el horizonte con fuegos artificiales que celebran el primer minuto del 12 de diciembre. La pólvora se transmuta en fe y ésta estalla mil veces en medio de un cielo obscuro. El día de la Virgen ha llegado.
Escrito por Erick Aguilar
Aprendiz de ser humano, viajero en capacitación, bibliófilo consumado y sociólogo consumido