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Desde el 2020, viajero

Al tiempo de caminar por la vida, me encontré rodeando los aproximadamente 1.7 kilómetros de una de las lagunas de Zempoala en el municipio de Huitzilac, Morelos. Como epílogo de una temporada decembrina abundante en abrazos y platillos, la mejor forma de iniciar el 2020 se me presenta con una visita familiar al Parque Nacional Lagunas de Zempoala.

 

Declarado como parque nacional en 1936, la zona es rica en agua puesto que es la cuenca alta de varios de los afluentes que recorren transversalmente el estado de Morelos –el más emblemático es el río Apatlaco. En distintas épocas del año las lagunas de la zona están más o menos llenas/vacías debido no sólo a las lluvias sino a la intensa extracción en pos del aprovisionamiento de agua a las urbes aledañas.

 

En el primer día del 2020 la laguna principal luce un nivel bajo al grado de que aquellos incautos que se acercan a sus bordes terminan empantanados en lo que se figura una ciénaga. El puesto aledaño que vende pants y sandalias me indica que los atascos son más que frecuentes, incluso llego a pensar que quizá forman parte de las lúdicas actividades entre las que resaltan la monta de caballos, paseo en lancha, vuelo de papalotes, rodear la laguna a pie y visitar los puestos de ricas quesadillas.

 

Rodear la laguna a pie es todo un acontecimiento. A manera de bienvenida hay un puente sin barandal que es la pesadilla de cualquier padre o aficionado a la protección civil y que por otra parte es el sueño de cualquier niño intrépido. Después del puente hay dos caminos a seguir, uno es un sendero mil veces transitado que promete recorrer el perímetro del lago sin más contratiempos que la grava suelta y troncos caídos. El otro camino es aquel marcado por los cambiantes límites del lago, seguirlo implica saltar piedras, subir y bajar usando las raíces y ramas como apoyo y llenarse de abrojos la ropa y el cabello; obviamente este camino es el más divertido para todos, incluidos pubertos de confianza y mascotas que llegan a venir.

 

Tras casi un par de kilómetros de campo traviesa y después de las protocolarias selfies, la parada obligada para descansar es una pequeña loma donde familias se dan cita para prender sus anafres, armar sus casas de campaña o bien únicamente extender los petates/cobijas sobre el pasto y acostarse plácidamente mientras ven las nubes pasar al ritmo del estéreo del auto más cercano.

 

Conforme la tarde se va obscureciendo el frio se hace intenso. La salida de los autos se complica por el estrecho carril de doble sentido y por la tozudez de quienes no tienen idea de las dimensiones del auto que conducen. En fin, el nuevo año inicia no con predicciones dudosas ni “noticias” fatalistas sino con un entrañable recorrido en un lugar otrora desconocido y en compañía de viejos conocidos. Feliz 2020

 

Escrito por Erick Aguilar

 

Aprendiz de ser humano, viajero en capacitación, bibliófilo consumado y sociólogo consumido

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