Al tiempo de caminar por la vida, me encontré conmemorando el día del maestro. Amén de no haber conocido todas las profesiones del mundo ni haber practicado todas las actividades remuneradas del mercado, puedo decir que la docencia, el ser maestro, es la mejor profesión del mundo.
Me alegra el hecho de que la profesión magisterial no sea tan popular entre las personas, así se mantiene como un secreto a voces dispuesto y asequible para los más comprometidos y convencidos. Muchos ven en la carrera magisterial bajos sueldos, poco –o nulo- reconocimiento social, y bueno prácticamente la crítica que por años le he hecho al magisterio mexicano es que a diferencia de los países nórdicos donde para ser maestro se requiere tener un posgrado o doctorado, en nuestro país ser docente es la forma de camuflar aviadores y oportunistas políticos que hacen del presupuesto y plazas magisteriales su botín político.
En efecto, ser docente no tiene la millonaria remuneración económica que tiene un futbolista por analfabeto –y vulgar- que este sea, ni tiene el reconocimiento social de cualquier extra de “La rosa de Guadalupe” o alguna serie de bajo presupuesto similar; y mucho menos tiene la centralidad individual de cualquier reality showdecadente estilo “Acapulco Shore” o “Keeping Up with the Kardashians”; ser docente para muchos es sólo una forma de ganar un salario modesto para vivir con menos de lo indispensable. Por mi parte para aquellos que vemos en la docencia algo más que la antesala de la indigencia puedo decir que esta actividad enamora, se vuelve adictiva y hasta consustancial a nuestra razón de ser.
Pensemos esto, amén de nuestros referentes familiares todos tenemos una maestra “Charito” –la referencia no es mía sino del profesor Quijano- que se volvió un referente obligado en nuestra vida profesional, quizá nos enseñó el valor de la lectura, o quizá nos inculco el gusto por la historia de México o más aún, quizá nos enseñó la importancia del valor civil. No lo sé, el caso es que todos, por diversos y heterogéneos que seamos tenemos un profesor o profesora que nos marcó positivamente de por vida, que se volvió una guía moral en un mundo tan relativista que es capaz de encumbrar a los más viles y denostar a los más virtuosos.
Como cada año, el día del maestro es una forma que tengo, no de honrar y recordar a mis buenos maestros y maestras “Charitos» que buscaron sembrar en mí las mejores expectativas y anhelos de un México por venir, de un mundo futuro en donde el respeto, el amor, la belleza, la justicia, la cultura y la felicidad sean norma. En efecto, dicho mundo está lejano pero ellos –siempre lo digo- ya hicieron su “chamba” espero estar haciendo la mía y que cada vez que me toca estar frente a un grupo de jóvenes sea capaz de transmitirles los mismos anhelos y principios de virtud que mis queridos profesores me obsequiaron en bandeja de plata.
Ser maestro no es la profesión más valorada o mejor remunerada, pero sí es de las más valiosas profesiones que uno puede realizar. Gracias a todas y cada una de las personas que se dedican por vocación a exaltar la llama de cada alumno en sus aulas y crear así a los seres humanos que nuestro planeta necesita urgentemente. Felicidades maestros.
Escrito por Erick Aguilar
Aprendiz de ser humano, viajero en capacitación, bibliófilo consumado y sociólogo consumido